El Imperialismo Hoy es Praxis Conspirativa
Traducción de un articulo muy importante de T. Mohr, originalmente publicado en Magazin der Masse el 24 de septiembre de 2022
(Original en inglés)
“¿Es que los cárteles internacionales, en los que Kautsky ve los gérmenes del “ultraimperialismo” (del mismo modo que uno “puede” calificar la producción de tabletas en un laboratorio como ultraagricultura embrionaria), no son un ejemplo de la partición y de un nuevo reparto del mundo, la transición del reparto pacífico al no pacífico, y viceversa?”
Lenin, Imperialismo, VII (1917) *
Índice
2. El Imperialismo Después de la Creación de la URSS
3. Excursus: El imperialismo como Modo de Producción Distinto - ¿Una Posibilidad Teórica?
3.1 El Vulgar «Multipolarismo» es el Verdadero Kautskismo Moderno
3.2 El Imperialismo durante y desde la Segunda Guerra Mundial
4. La estratagema de Nixon y sus precursores
5. El Papel de la Aristocracia Obrera
1.Introducción
Hace más de un siglo, Lenin hizo avanzar y clarificó decisivamente el pensamiento marxista con su panfleto El Imperialismo: Fase Superior del Capitalismo. La intervención de Lenin permitió una comprensión científica de unos desarrollos que, si bien fueron reconocidos en embrión por Marx y Engels, no se habían desarrollado lo suficiente en su época como para permitir su plena comprensión. Sin embargo, Lenin se propuso demostrar que en ese mero cuarto de siglo que había transcurrido desde la muerte de Engels, se había producido un cambio cualitativo en la naturaleza esencial del capitalismo: el capitalismo se había convertido en imperialismo. Entre Lenin y nosotros, hoy, se interponen el ascenso del fascismo, la Segunda Guerra Mundial, la Revolución China, la descolonización y, por supuesto, la reconquista de más o menos todo el globo por la clase dominante triunfante. En resumen, el mundo ha cambiado mucho. Las ideas de Lenin son de gran relevancia, pero no pueden ser extraídas de su contexto vivo y aplicadas mecánicamente al nuestro.
El debate que la KO (Kommunistiche Organisation) ha acogido hasta ahora ha incluido varios intentos reflexivos de abordar esta cuestión: ¿cómo ha influido la experiencia de medio siglo de socialismo en la estructura de la economía de los países ahora postsocialistas? Esta cuestión se ha centrado en gran medida en Rusia, por supuesto, pero tiene implicaciones obvias e interesantes para entender a China y al resto del tercio de la humanidad anteriormente liberado y ahora sometido de nuevo al yugo de la clase dominante. Sin embargo, lo que se ha echado mucho de menos es un compromiso adecuado con la siguiente pregunta complementaria: ¿cómo alteró la lucha contra un medio siglo de socialismo la estructura del capitalismo?
Esta cuestión será el tema principal de este ensayo. Nuestro punto de partida será la astuta observación de Lenin de que el imperialismo debe entenderse como «capitalismo transitorio o, más exactamente, como capitalismo moribundo» (Lenin, El imperialismo, X). El imperialismo es la etapa superior, es decir, la última etapa del capitalismo. Lenin es muy claro al respecto: el sistema en su conjunto no sería arrastrado un peldaño hacia abajo, no volvería al capitalismo no imperialista (ésta es la esencia de su polémica con Kautsky). Así que para Lenin, el imperialismo no sólo señalaba el fin del capitalismo, sino que en realidad era ya el principio de ese fin. «El monopolio», que Lenin identifica correctamente como, una vez generalizado, coterminal con el imperialismo, “es la transición del capitalismo a un sistema superior” (Lenin, El imperialismo, VII). La suposición básica subyacente a la mayor parte del debate hasta ahora ha sido que el análisis de Lenin era correcto pero que su calendario era demasiado optimista: el imperialismo es la última etapa del capitalismo, pero ha persistido mucho más tiempo de lo que Lenin claramente creía probable.
Pero la estimación de Lenin de que el imperialismo de su época ya representaba la transformación para salir del capitalismo era, en efecto, correcta. Su excesivo optimismo no radicaba en su cronología, sino en su teleología: la suposición de que el fin del capitalismo debe significar el fin de la sociedad de clases en general. Esto no es así. Ningún materialista teórico serio puede negar, al menos, el principio de que es posible una alternativa. De hecho, esto está implícito en todo nuestro trabajo político: si el socialismo y el comunismo fueran realmente inevitables, ¿por qué gastar tanto tiempo y esfuerzo intentando hacer la revolución? ¿Impaciencia? Por supuesto que no: nos comprometemos en la lucha política porque sabemos que podemos perder; sabemos que la clase dominante puede ganar. De hecho, están muy cerca de hacerlo.
Y si muchos marxistas autodenominados han olvidado que estamos haciendo política -formando conscientemente el mundo en nuestro propio interés-, muchos más han cometido un error mucho mayor: no han reconocido que la clase dominante también está haciendo política.La condición sine qua non para el avance del proyecto comunista de liberación humana será deshacernos de las patologías pequeñoburguesas que tanto han corrompido y paralizado el marxismo: academicismo, mistificaciones, oscurantismo, estructuralismo, etc.Tenemos que volver a la aguda conciencia de la política que se encuentra en Marx, Engels, Lenin, Stalin, Gramsci, Mao, Hoxha, Sankara, Newton y todos los demás grandes marxistas, pero que tan lamentablemente falta hoy en día.Tenemos que comprender las respuestas conscientes, activas y deliberadas que la clase dominante ha dado como reacción al éxito parcial de la primera ola de la revolución socialista y a la lucha diaria, siempre variable, entre el capital y el trabajo.
La desviación más atroz y antimaterialista que socava al marxismo actual es la alergia histérica a las »conspiranoia«. Incluso si Lenin descartara la posibilidad de una cooperación masiva y continua de la burguesía mundial al más alto nivel (es decir, el ultraimperialismo o interimperialismo), su análisis asume necesariamente que mientras persista el imperialismo capitalista, la concentración interna de poder en cada vez menos manos debe continuar a ritmo acelerado. En «El imperialismo» ya declaró que «Alemania está gobernada por no más de 300 magnates del capital, y el número de éstos disminuye constantemente» (Lenin, El imperialismo, II). Ceteris paribus, ¿cuántos magnates del capital deberíamos esperar que gobiernen realmente Alemania, o cualquier otro país capitalista en la actualidad? ¿Y qué otro aspecto podría tener el control coordinado por un número tan pequeño, un número cuyo poder es ilegítimo y debe esconderse tras una fachada democrática, que no sean conspiraciones interminables?
2. El Imperialismo Después de la Creación de la URSS
Los desarrollos decisivos del sistema mundial desde la época de Lenin no han hecho sino reforzar la tendencia a la concentración de poder y, por extensión, la conspiración como su manifestación. Sobre todo, trágicamente, la revolución que Lenin previó correctamente como una reacción necesaria a las tendencias del imperialismo (y que por lo tanto supuso que las detendría) ocurrió, pero fue incompleta. Los núcleos de poder que quedaron en manos de la clase dominante capitalista se convirtieron en fortalezas para la reconquista de la planeta.
Este es un estado de cosas que Lenin no llegó a imaginar plenamente. El afirma que la cooperación continua y sostenida entre la burguesía imperialista en la división y explotación mutua del mundo es imposible a largo plazo, porque el equilibrio de poder entre ellas es dinámico y siempre cambiante. Cuando la división del territorio contradice la dinámica real del poder, Lenin se pregunta: «¿qué otro medio hay, bajo el capitalismo, de resolver las contradicciones sino la fuerza?». (Lenin, Imperialismo VII) Bien, como cuestión semántica, uno podría decir: bastante cierto: si los imperialistas pueden resolver estas contradicciones entre ellos sin guerra interimperialista, quizás tengamos razón al decir que vivimos bajo un sistema fundamentalmente diferente al descrito por Marx.
Dejando a un lado, sin embargo, la semántica, ¿no hay un desarrollo que de hecho hace posible este estado de cosas sustancial? ¿No hay algo con el maravilloso poder de ayudar a los imperialistas a dejar de lado sus diferencias y hacer las paces, a saber, la revolución de la clase obrera? Como Marx observó ya en 1848, después la insurrección de junio en París
«unieron, tanto en la Europa continental como en Inglaterra, a todas las fracciones de las clases dominantes terratenientes y capitalistas, lobos de la especulación bursátil y tenderos, proteccionistas y librecambistas, gobierno y oposición, curas y librepensadores, jóvenes prostitutas y viejas monjas bajo el grito común de salvar la propiedad, la religión, la familia, la sociedad»(Marx, El capital** I, cap. 10, sección 6).
El mismo punto se plantea, con una relevancia aún mayor, al comienzo mismo del Manifiesto: «todas las potencias de la vieja Europa han entrado en una santa alianza para exorcizar» el espectro del comunismo: «el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los espías de la policía alemana». En la época de Lenin, por supuesto, la tendencia a unirse contra la revolución no era lo suficientemente fuerte como para superar la tendencia al violento conflicto interimperialista. De hecho, la incapacidad de los capitalistas-imperialistas para superar sus diferencias, y la resultante primera guerra mundial, no resultó en nada tan desastroso para todos los capitalistas como la primera revolución socialista exitosa y el establecimiento de la URSS.
Conjuntamente con la dinámica de la guerra interimperialista y de la lucha contrarrevolucionaria ultraimperialista (sobre todo contra la URSS), y en parte impulsados por ellas, surgieron factores que alteraron decisivamente la naturaleza y la capacidad de la clase dominante imperialista, todos ellos, esencialmente, en forma de monopolio o ultramonopolio: la fuerza aérea, un monopolio sobre el cielo; la industria de las comunicaciones, y un control monopolístico cada vez mayor sobre la comunicación humana; el desarrollo de agencias de inteligencia altamente avanzadas y centralizadas, confiriendo un monopolio sobre la información y quizás gradualmente sobre el poder y la fuerza en general; y finalmente bajo los árbitros de estos últimos un control sin precedentes sobre los flujos de ingresos (abiertos y encubiertos) inimaginable en tiempos de Lenin, trayendo consigo la correspondiente capacidad de sobornar, subvertir, asesinar, corromper, etc.
Esquematizar completamente la naturaleza y el contenido de la Segunda Guerra Mundial va mucho más allá del alcance de este documento. Pero debemos llamar la atención sobre algunos hechos destacados. Uno es que el nazismo (instalado sobre todo por una conspiración de capitalistas alemanes -esencialmente la continuidad de esos 300 magnates mencionados por Lenin, con apoyo estadounidense-) se lanzó muy explícitamente como una especie de programa para el ultraimperialismo: la propuesta nazi era un mundo dividido de forma relativamente amistosa entre estadounidenses, alemanes, británicos y japoneses. El régimen nazi también fue concebido, al menos parcialmente, como un arma ultraimperialista, aceptada tentativamente o incluso alentada por las otras grandes potencias imperialistas occidentales para aplastar a la Unión Soviética revolucionaria.
Tanto si se concibe la guerra como un conflicto interimperialista o como una (re)conquista contrarrevolucionaria ultraimperialista (por supuesto fue todo lo anterior y más), está claro que una vez más, al término de esta convulsión, se habían arrebatado aún mayores extensiones de las manos de la clase dominante. Se había conseguido una ganancia neta para la humanidad, aunque a un coste inimaginable (aunque ningún revolucionario cuestionó nunca ese coste: ningún marxista pensó nunca que hubiera merecido la pena aceptar la esclavitud entonces para «salvar vidas», aunque muchos autodenominados marxistas han adoptado hoy con entusiasmo precisamente esa posición).
Parte de la razón por la que la clase dominante fracasó tan estrepitosamente en Europa fue, por supuesto, su propia arrogancia, su creencia en su propia pseudociencia nociva (es decir, la inferioridad inherente de los eslavos, el «consenso científico experto» del Occidente capitalista de la época). En parte debido a la voluntariosa lucha política de las masas -incluyendo conspiraciones, como la conspiración soviética para socavar la conspiración competidora de ciertas facciones nazis para concertar una tregua con EEUU con el fin de centrarse conjuntamente en la URSS (como se ficcionalizó brillantemente en el clásico soviético, Diecisiete instantes de una primavera).
Sin embargo, al término de la Segunda Guerra Mundial, las principales potencias capitalistas estaban lejos de haber sido derrotadas. Gran parte del mundo socialista quedó con una población destrozada, que intentaba desesperadamente reconstruirse sobre tierra salada. La inmensa mayoría de las riquezas saqueadas por las fuerzas fascistas, junto con la mayoría de sus dirigentes, fueron respectivamente recuperadas e integradas en un campo imperialista ahora unificado bajo la hegemonía estadounidense. Una fraudulenta y superficial «desnazificación» en Alemania encubrió la potenciación de todas las mismas fuerzas sociales que estaban detrás del nazismo, mutatis mutandis en Japón (véase, en particular, Tetens - The New Germany and The Old Nazis; La Nueva Alemania y Los Viejos Nazis; Martin Bormann - Nazi in Exile; sin traducción, Manning - All Honourable Men; s.t. , Martin - Gold Warriors; s.t., Seagrave - de hecho, toda la obra de Seagrave; véase también el extenso material disponible relacionado con este tema producido por Dave Emory).
Aquí, vemos el punto esencial: el hecho empíricamente obvio de la total hegemonía ultraimperialista establecida sobre el mundo capitalista por los EEUU después de la Segunda Guerra Mundial. Esta hegemonía se establece, no sólo para la explotación conjunta del tercer mundo, sino aún más (y siempre superponiéndose al primero, que al liberarse lucha constantemente hacia el socialismo) a partir de la lucha existencial contra el comunismo, la «guerra fría». Con el fin de la guerra fría y la contrarrevolución mundial, el reloj no retrocedió a 1917. La experiencia del socialismo cambió fundamentalmente el mundo entero. La clase capitalista triunfante no sólo saqueó la riqueza colectiva del mundo socialista, sino también su experiencia y conocimientos colectivos. Los capitalistas que se hicieron cargo de la producción socializada, particularmente en China, disfrutaron de una posición de poder y control centralizado que antes era inimaginable dentro de las relaciones sociales capitalistas.
Este es un acuerdo que Lenin nunca exploró explícitamente. Su rechazo del ultraimperialismo nunca aborda la posibilidad de un mundo dividido indefinidamente (pacíficamente o no) entre estados capitalistas y socialistas. Ciertamente, nunca abordó la perspectiva de la construcción socialista duradera seguida de una contrarrevolución. Puesto que éste es el mundo que, de hecho, emergió, es con el que debemos lidiar -utilizando las muchas herramientas útiles proporcionadas por Lenin, apropiadamente y sin dogmatismos.
3. Excursus: El imperialismo como Modo de Producción Distinto - ¿Una Posibilidad Teórica?
Como se señaló anteriormente, Lenin enfatiza repetidamente que el capitalismo imperialista es «capitalismo en transición o precisamente... capitalismo moribundo». (Lenin, El imperialismo, X) Lo que es particularmente interesante y significativo, es que en el cuerpo del panfleto original, Lenin es muy cauteloso y evita afirmar concluyentemente hacia qué está en transición. Esto puede, por supuesto, ser simplemente el «lenguaje esópico» en el que Lenin lamentaba tener que escribir para eludir la censura zarista. Pocos meses después de su publicación inicial, en el artículo «El imperialismo y la escisión en el socialismo», publicado en octubre de 1916 e incluido a menudo como apéndice del folleto, afirma simplemente que «el imperialismo es ya el capitalismo moribundo, el comienzo de su transición al socialismo».
Sea intencionado, sin embargo, o síntoma de censura, la indeterminación del texto anterior ha demostrado ser más acertada que la confianza del artículo posterior, seguro de que no surgirá otra cosa que el socialismo. Porque ayudan a iluminar la realidad de que el imperialismo socava claramente las condiciones fundamentales necesarias para el sistema capitalista descrito por Marx. Como señala Molly Klein, en un sentido muy limitado y matizado, por supuesto, podríamos incluso reconocer que lo que se está construyendo es una forma de socialismo -en la medida en que ese término figura como antónimo de individualismo y no de capitalismo. Lo que se está produciendo de forma evidente y concreta es la socialización drástica tanto de la producción como de la distribución. Sin embargo, se hace de forma jerárquica, en contraposición a las connotaciones igualitarias del socialismo tal y como utilizamos comúnmente el término. Lo que vemos formarse no es una república socialista soviética, sino algo más parecido a una república Platónica, es decir, una República autoritaria-jerárquica y fascoide.
Es útil considerar aquí algunos pasajes notablemente premonitorios del propio Marx en El Capital III, que han sido señalados en este contexto por Molly Klein. Merece la pena citarlos en detalle. Aquí está Marx sobre las implicaciones de la creación de sociedades anónimas, cursiva en el original, negrita añadida:
1) Extensión en proporciones enormes de la escala de la producción y de las empresas inasequibles a los capitales individuales. Al mismo tiempo, se convierten en empresas sociales algunas empresas que antes se hallaban regentadas por el gobierno.
2) El capital, que descansa de por sí sobre un régimen social de producción y presupone una concentración social de medios de producción y fuerzas de trabajo, adquiere así directamente la forma de capital de la sociedad (capital de individuos directamente asociados) por oposición al capital privado, y sus empresas aparecen como empresas sociales por oposición a las empresas privadas. Es la abolición del capital como propiedad privada dentro de los limites del mismo régimen capitalista de producción.
3) Transformación del capitalista realmente en activo en un simple gerente, administrador de capital ajeno, y de los propietarios de capital en simples propietarios, en simples capitalistas de dinero. Aun cuando los dividendos que perciben incluyan el interés y el beneficio de empresario, es decir. la ganancia total (pues el sueldo del gerente es o debe ser un simple salario para remunerar un cierto tipo de trabajo calificado cuyo precio regula el mercado de trabajo, como el de otro trabajo cualquiera), esta ganancia total sólo se percibe ahora en forma de interés, es decir, como simple remuneración de la propiedad del capital, separada por entero de la función que desempeña en el proceso real de reproducción, lo mismo que esta función se halla separada, en la persona del gerente, de la propiedad del capital. La ganancia aparece así (y ya no solamente una parte de ella, el interés, que deriva su justificación de la ganancia del prestatario) como simple apropiación de trabajo ajeno sobrante, emanada de la transformación de los medios de producción en capital, es decir, de su enajenación con respecto al verdadero productor, de su antagonismo como propiedad ajena frente a todos los individuos que intervienen realmente en la producción, desde el gerente hasta el último jornalero. En las sociedades anónimas, la función aparece separada de la propiedad del capital y el trabajo aparece también, por tanto. completamente separado de la propiedad sobre los medios de producción y sobre el trabajo sobrante. Este resultado del máximo desarrollo de la producción capitalista constituye una fase necesaria de transición hacia la reversión del capital a propiedad de los productores, pero ya no como propiedad privada de productores aislados, sino como propiedad de los productores asociados, como propiedad directa de la sociedad. Y es, de otra parte, una fase de transición hacia la transformación de todas las funciones del proceso de reproducción aún relacionadas hasta aquí con la propiedad del capital en simples funciones de los productores asociados, en funciones sociales. [...]
«Esto constuye la abolición del modo capitalista de producción dentro del propio modo capitalista de producción, y por consiguiente una contradicción que se anula a sí misma, que prima facie se presenta como mero punto de transición hacia una nueva forma de producción. Se presenta luego en la manifestación, también, como tal contradicción. En determinadas esferas establece el monopolio, por lo cual provoca la intromisión estatal. Reproduce una nueva aristocracia financiera, un nuevo po de parásitos en la forma de proyecstas, fundadores y directores meramente nominales; todo un sistema de fraude y engaño con relación a fundaciones, emisión de acciones y negociación de éstas. Es una producción privada sin el control de la propiedad privada. [...]
Al margen del sistema accionario —que es una abolición de la industria capitalista privada sobre la base del propio sistema capitalista, y que aniquila la industria privada en la misma medida en que se expande y se apodera de nuevas esferas de la producción—, el crédito ofrece al capitalista individual, o a quien se considera un capitalista, una disposición absoluta, dentro de ciertos límites, de capital y propiedad ajenas, y por ende de trabajo ajeno. El hecho de disponer de capital social, no propio, le permite disponer de trabajo social. El propio capital, que se posee realmente o en opinión del público, se convierte ya sólo en la base de la superestructura credicia. Esto vale especialmente para el comercio mayorista, a través de cuyas manos pasa la mayor parte del producto social. Aquí desaparecen todas las pautas de medida, todas las razones y explicaciones más o menos jusficadas aun dentro del modo capitalista de producción. Lo que arriesga el gran comerciante que especula es propiedad social, no su propiedad. Igualmente absurda se torna la frase acerca del origen del capital a partir del ahorro, ya que aquél exige precisamente que otros ahorren para él. La otra frase, la del renunciamiento, se da directamente de bofetadas con su lujo, que ahora también se convierte en medio de crédito. Ideas que aún poseen algún sendo en una etapa menos desarrollada de la producción capitalista, lo pierden aquí por completo. El éxito y el fracaso llevan ahora simultáneamente a la centralización de los capitales, y por consiguiente a la expropiación en la escala más enorme. La expropiación se exende aquí del productor directo hacia los propios pequeños y, medianos capitalistas. Esta expropiación es el punto de parda del modo capitalista de producción; su ejecución es el objetivo de éste, y más exactamente y en úlma instancia, lo es la expropiación de cada uno de los medios de producción, que con el desarrollo de la producción social dejan de ser medios de la producción privada y productos de la producción privada y que sólo pueden ser ya medios de producción en manos de los productores asociados, y que por ello pueden ser su propiedad social así como son su producto social.
Pero esta expropiación misma se presenta, dentro del sistema capitalista, en una figura antagónica, como la apropiación de la propiedad social por parte de unos pocos; y el crédito les confiere cada vez más a esos pocos el carácter de meros caballeros de industria. Puesto que la propiedad existe aquí en la forma de las acciones, su movimiento y transferencia se convierten en resultado puro del juego bursátil, en el que los burones devoran a los peces pequeños y los lobos de la bolsa a las ovejas. En el sistema accionario ya existe el antagonismo con la angua forma en la cual el medio social de producción se manifiesta como propiedad individual; pero la trasmutación en la forma de la acción aún queda prisionera, ella misma, dentro de las barreras capitalistas; por ello, en lugar de superar el antagonismo entre el carácter de la riqueza en cuanto riqueza social y en cuanto riqueza privada, sólo lo perfecciona en una figura nueva. [...]
Si el sistema credicio aparece como palanca principal de la sobreproducción y de la superespeculación en el comercio, ello sólo ocurre porque en este caso se fuerza hasta su límite extremo el proceso de la reproducción, elásco por su naturaleza, y porque se lo fuerza a causa de que una gran parte del capital social resulta empleado por los no propietarios del mismo, quienes en consecuencia ponen manos a la obra de una manera totalmente diferente a como lo hace el propietario que evalúa temerosamente los límites de su capital privado, en la medida en que actúa personalmente. De esto sólo se desprende que la valorización del capital fundada en el carácter antagónico de la producción capitalista no permite el libre y real desarrollo más que hasta cierto punto, es decir que de hecho configura una traba y una barrera inmanentes de la producción, constantemente quebrantadas por el sistema credicio. Por ello, el sistema de crédito acelera el desarrollo material de las fuerzas producvas y el establecimiento del mercado mundial, cuya instauración hasta cierto nivel en cuanto fundamentos materiales de la nueva forma de producción constuye la misión histórica del modo capitalista de producción. Al mismo empo, el crédito acelera los estallidos violentos de esta contradicción, las crisis, y con ello los elementos de disolución del anguo modo de producción. Las caracteríscas bifacécas inmanentes al sistema credicio —que por una parte es fuerza impulsora de la producción capitalista, del enriquecimiento por explotación de trabajo ajeno, hasta converrlo en el más puro y colosal sistema de juego y fraude, restringiendo cada vez más el número de los pocos individuos que explotan la riqueza social, mientras que por la otra constuye la forma de transición hacia un nuevo modo de producción (Marx, El Capital III, cap. 27, parte III y IV, cursiva en el original, negrita añadida).»
Es posible que Marx se vea ligeramente limitado aquí por sus tendencias teleológicas, su creencia en una misión histórica para el capitalismo y la casi inevitabilidad del socialismo. Por otro lado, como señala Klein, la orientación y el cálculo eran una lectura muy justificada de las probabilidades inherentes al equilibrio de poder entre el capital y el trabajo en la época de Marx. Son los avances tecnológicos y tácticos realizados por la clase capitalista en la última década del siglo XX los que alteraron fundamentalmente las circunstancias. En cualquier caso, el buen materialista que es Marx ofrece un análisis cristalino y penetrante, sobre todo teniendo en cuenta lo embrionarios que eran los procesos que él ha comprendido tan profundamente. Sobre todo, lo que queda claro es que los procesos conjuntos de monopolización y financiarización no pueden coexistir con el funcionamiento normal de las relaciones capitalistas, que constituyen el objeto principal de su investigación. ¡No habla de un nuevo Modo de Producción no socialista, pero tampoco se plantea la idea de que el capitalismo pueda seguir siendo el modo dominante de esta manera durante tanto tiempo como imaginamos que lo ha sido!
Este es el punto decisivo, y la confusión del dogmatismo mecánico perezoso que se basa en la autoridad de Marx o Lenin al tratar de excluir la posibilidad de un Modo de Producción alternativo que surja del capitalismo. Si bien el precedente para tal propuesta no es fuerte en ninguno de los dos, la noción de que el capitalismo podría persistir durante tanto tiempo siguiendo las mismas leyes básicas está en mucha mayor contradicción con el espíritu del trabajo tanto de Marx como de Lenin. También vale la pena enfatizar que lo que la clase dominante está intentando es extremadamente ambicioso, riesgoso y propenso a fracasar. No obstante, depende de nosotros reconocer lo que es y asegurarnos de que no tengan éxito.
Para establecer la comprensión de Lenin del imperialismo como una transición necesaria e irrevocable para salir del capitalismo, valdrá la pena incluir una serie de citas relevantes:
las relaciones entre la economía y lapropiedad privadas constituyen un envoltorio que no se corresponde ya con el contenido,envoltorio que necesariamente se descompondrá si su eliminación se retrasa artificialmente, envoltorio que puede permanecer en un estado de decadencia durante un período relativamente largo (en el peor de los casos, si la curación del grano oportunista se prolonga demasiado), pero que, sin embargo, será inevitablemente eliminado. (Lenin, Imperialismo, IX)
En su fase imperialista, el capitalismo conduce directamente a la más exhaustiva socialización de la producción; arrastra, por así decirlo, a los capitalistas, contra su voluntad y conciencia, hacia un cierto nuevo orden social, un orden de transición entre la completa libre competencia y la completa socialización.La producción pasa a ser social, pero la apropiación sigue siendo privada. Los medios sociales de producción continúan siendo propiedad privada de unos pocos. El marco general de la libre competencia formalmente reconocida se mantiene y el yugo de unos cuantos monopolistas sobre el resto de la población se hace cien veces más duro, más oneroso, más insoportable.(Lenin, Imperialismo, I)
Al viejo capitalismo le ha pasado su hora. El nuevo representa una etapa transitoria hacia algo distinto (Lenin, Imperialismo, II)
En otras palabras: el viejo capitalismo, el capitalismo de la libre competencia, con su regulador absolutamente indispensable, la Bolsa, está pasando a la historia. En su lugar ha surgido un nuevo capitalismo, con los rasgos evidentes de algo transitorio, que representa una mezcolanza de libre competencia y monopolio. Se desprende una pregunta: ¿en qué desemboca el desarrollo del capitalismo moderno? Pero los estudiosos burgueses tienen miedo a hacérsela. (Lenin, Imperialismo, II).
[…] monopolio capitalista, es decir, un monopolio surgido del capitalismo, que existe en las condiciones generales de éste, la producción mercantil y la competencia, y está en permanente e irresoluble contradicción con ellas. Sin embargo, como todo monopolio, el monopolio capitalista engendra inevitablemente una tendencia al estancamiento y la decadencia. (Lenin, Imperialismo, VIII)
Y al mismo tiempo, los monopolios, que surgen de la libre competencia, no la eliminan, sino que existen por encima y al lado de ella, engendrando las contradicciones, fricciones y conflictos agudos e intensos. El monopolio es la transición del capitalismo a un sistema superior.(Lenin, Imperialismo, VII)
Irónicamente, aquellos que niegan las principales afirmaciones de este ensayo generalmente se ven a sí mismos en línea con la crítica de Lenin a Kautsky. Sin embargo, el punto que Lenin expone incansablemente precisamente en su crítica a Kautsky es que el capitalismo no retrocederá del imperialismo a una forma menos agresiva, y por lo tanto persistirá en algún tipo de estado relativamente estable. El capitalismo competitivo socava incesantemente sus propias condiciones previas a través de la concentración y la monopolización. Existe una clara tendencia a que el monopolio se expanda hasta el punto de abolir por completo el capitalismo competitivo. «Este es el monopolio capitalista, es decir, un monopolio surgido del capitalismo, que existe en las condiciones generales de éste, la producción mercantil y la competencia, y está en permanente e irresoluble contradicción con ellas.». (Lenin, Imperialismo, VIII). El propio Keynes comentó, como es sabido, que lo que el capitalismo necesitaba era la «eutanasia del rentista». Lenin reconoce además la tendencia regresiva y contraproducente del monopolio de, por ejemplo, aplastar una nueva tecnología si eso equivale a un medio más fácil de mantener su posición.
El punto esencial de Marx, reiterado en la larga cita anterior, y anatema para los dengistas, es que las relaciones de producción capitalistas, en un cierto punto de desarrollo, se convierten en una traba para la producción. Como él enfatiza, «el único inconveniente de la producción capitalista es el capital mismo». (Marx, El Capital, III, cap. 15). En las primeras etapas del capitalismo, fomentó en gran medida la producción cada vez mayor de cosas útiles. Sin embargo, según la estimación de Marx, ¡ya había alcanzado un punto de regresión en Europa a mediados del siglo XIX! (Hasta aquí lo de que las fábricas de explotación de Foxconn son esenciales para desarrollar los medios de producción). Lo que, sin embargo, es significativo aquí es la observación de Marx de que, a través del sistema de crédito, determinadas facciones de la clase dominante pudieron superar los límites de la producción privada sin perder —y, de hecho, expandiendo— su capacidad de apropiarse (colectivamente) de forma privada del excedente de producto.
Lenin observó, de manera muy similar a Marx, cómo esto se logró precisamente a través de la financiarización:
Los capitalistas dispersos se transforman en un capitalista colectivo. Cuando lleva una cuenta corriente para varios capitalistas, el banco realiza una operación puramente técnica, auxiliar. Pero cuando esta operación crece hasta alcanzar proporciones enormes, nos encontramos con que un puñado de monopolistas subordina a sus intereses las operaciones comerciales e industriales de toda la sociedad capitalista, estando en condiciones —por medio de sus relaciones bancarias, sus cuentas corrientes y otras operaciones financieras— de, primero, conocer exactamente la situación financiera de los distintos capitalistas; segundo, controlarlos, influyendo sobre ellos a través de laampliación o la restricción del crédito, facilitándolo o dificultándolo; y, finalmente, de decidir enteramente su destino, determinar su rentabilidad, privarles de capital o permitirles acrecentarlorápidamente y en proporciones inmensas, etc. (Lenin, Imperialismo, II)
Porque lo que los procesos descritos anteriormente permiten y exigen es una determinación política cada vez más directa y consciente de la economía por parte de un grupo cada vez más reducido de personas «informadas» (insiders). Así, como observa Lenin, «No estamos ya ante una lucha competitiva entre grandes y pequeñas empresas, entre empresas técnicamente atrasadas y empresas técnicamente avanzadas, sino ante el estrangulamiento por los monopolistas de todos aquellos que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad.» (Lenin, Imperialismo, I). Afirma además que
el desarrollo del capitalismo ha alcanzado tal punto, que, aunque la producción mercantil sigue “reinando” como antes y es considerada la base de toda la economía, en realidad ha sido socavada y el grueso de los beneficios va a parar a los “genios” de las intrigas financieras. Esas maquinaciones y chanchullos tienen su base en la socialización de la producción; pero el inmenso progreso de la humanidad, que ha conducido a esa socialización, beneficia... a los especuladores. (Lenin, Imperialism, I)
Lenin vinculó directamente estos acontecimientos con el incipiente complejo militar-industrial, señalando que:
El capital financiero ha creado la época de los monopolios. Y los monopolios llevan siempreconsigo los principios monopolistas: la utilización de las “relaciones” para las transacciones provechosas reemplaza a la competencia en el mercado abierto. Es muy corriente que entre las cláusulas del empréstito se imponga la inversión de una parte del mismo en la compra de productos al país acreedor, particularmente de armas, barcos, etc. Francia ha recurrido muy a menudo a este procedimiento en las dos últimas décadas (Lenin, Imperialism, IV)
Aquí no vemos más que la dictadura gradual del capital financiero imperialista sobre todo el Estado y la economía. Esta se ejerce, como enfatizó Marx anteriormente, no solo contra los trabajadores, sino progresivamente contra todos los demás estratos: «La expropiación se extiende aquí desde los productores directos hasta los pequeños y medianos capitalistas mismos. Es el punto de partida del modo de producción capitalista; su realización es la meta de esta producción. En última instancia, su objetivo es la expropiación de los medios de producción a todos los individuos». También es importante señalar aquí cómo Marx enfatiza que, a través de este proceso, el capitalismo no solo abole sus fundamentos económicos estructurales, sino también su legitimación moral e histórica: el riesgo.
La piedra angular esencial de la ideología capitalista, el pretexto más eficaz y seductor con el que el capital ha ocultado tradicionalmente su usurpación de la plusvalor de los trabajadores, ha sido el riesgo. Los sacerdotes-científicos del capitalismo, los economistas (políticos), han repetido durante mucho tiempo que el capitalista arriesga su propiedad privada (que ha adquirido mediante la noble abstención del consumo) cuando se embarca en una empresa capitalista. Esto se basaba en una pizca de verdad. En el equilibrio de poder de clases y las relaciones estructurales de producción que llamamos capitalismo, los capitalistas individuales tenían que asumir riesgos. Tenían que predecir, a menudo con información limitada sobre el futuro, que existiría un mercado de consumo para un producto determinado. Tenían que invertir su propio capital en todos los elementos de producción necesarios para fabricar ese producto antes incluso de poder llevarlo al mercado. Y, por supuesto, arriesgaban la posibilidad muy real de que, cuando lanzaran ese producto al mercado, la demanda esperada no existiera. Es decir, arriesgaban su condición de capitalistas, ya que, si calculaban mal, podían quedarse sin capital para volver a intentarlo o, peor aún, con menos que nada, es decir, un billete a la prisión por deudas. El capitalismo surgió de una coyuntura en la que ciertos individuos (los que se convirtieron en capitalistas) tuvieron la oportunidad de adquirir poder de esta manera, y no de otra. No podían simplemente decidir ser aristócratas, lo habrían hecho si hubieran podido. «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.» (Marx, El 18 de brumario de Louis Bonaparte***).
Este es, quizás, un buen momento para intentar poner de relieve una grave desviación que ha surgido entre la autoproclamada «izquierda» dañada por la pantalla. Se trata del error categórico de tratar términos como «socialista» o «comunista» como si tuvieran un significado o un uso similar al término «capitalista». Los primeros indican una lealtad y una orientación político-ideológica; el segundo, al menos en principio, y en el sentido en que lo utiliza Marx, describe una posición en una relación, es decir, alguien que posee capital, que obtiene su riqueza de empresas capitalistas. No tiene nada que ver con la orientación ideológica subjetiva de cada uno. Es bastante trágico que haya mucha más gente que ha sido engañada para creer y apoyar algo que llaman «capitalismo» que capitalistas reales. Por otro lado, muchos, si no la mayoría, de los capitalistas reales no solo no tienen ninguna lealtad personal particular al capitalismo per se, sino que, de hecho, buscan activamente formas más seguras y estables de explotación siempre que están disponibles. Ser capitalista es, al fin y al cabo, ocupar una de las posiciones más inseguras y volátiles de la dominación de la clase dominante en la larga historia de la sociedad de clases.
Históricamente, sabemos que el capital realmente existente siempre ha sido totalmente alérgico al riesgo: siempre que ha sido posible, el capital ha huido hacia cualquier forma de renta o expropiación directa. E internamente, dentro de la dinámica del sistema capitalista general, a través de los mecanismos financieros, los capitales más dominantes y poderosos se han orientado sistemáticamente hacia la subordinación de otros capitales más débiles, hacia el saqueo, la esclavitud, el robo, el fraude, etc. Así, Marx, en el pasaje anterior, vuelve a destacar que:
»Aquí desaparecen todas las pautas de medida, todas las razones y explicaciones más o menos jusficadas aun dentro del modo capitalista de producción. Lo que arriesga el gran comerciante que especula es propiedad social, no su propiedad. Igualmente absurda se torna la frase acerca del origen del capital a partir del ahorro, ya que aquél exige precisamente que otros ahorren para él. La otra frase, la del renunciamiento, se da directamente de bofetadas con su lujo, que ahora también se convierte en medio de crédito. Ideas que aún poseen algún sendo en una etapa menos desarrollada de la producción capitalista, lo pierden aquí por completo. El éxito y el fracaso llevan ahora simultáneamente a la centralización de los capitales, y por consiguiente a la expropiación en la escala más enorme.«
Marx se refiere aquí a nada menos que lo que el triunfante clase dominante ha exhibido de manera cada vez más ostentosa en las últimas tres décadas: «demasiado grande para fracasar», la socialización de todos los riesgos, la privatización de todos los beneficios. La concentración de la riqueza financiera, el poder político y la información convierte la «especulación» en un término erróneo para designar a una clase «especulativa» que es la más activa de todas las fuerzas que configuran la economía, gracias a la manipulación que le permite su enorme tamaño. La sublimación del capitalismo, la transformación de la alta burguesía en una casta con control político directo de toda la producción y reproducción social. Como hay que reiterar una y otra vez, cualquier desarrollo de este tipo no puede parecer otra cosa que una vasta red de conspiraciones. Esto es exactamente como lo describió Lenin: «La reacción política en toda la línea es rasgo característico del imperialismo. Venalidad, soborno en proporciones gigantescas». (Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo****)
Ahora que hemos establecido las bases teóricas sentadas por Marx y Lenin para comprender cómo y por qué el imperialismo capitalista pudo convertirse, en determinadas condiciones, en un modo de producción fundamentalmente diferente, debemos volver al registro histórico y examinar las pruebas de que tal giro de los acontecimientos se produjo realmente. Sin embargo, antes debemos explicar el tipo de «ultraimperialismo» que no defendemos aquí.
3.1 El Vulgar «Multipolarismo» es el Verdadero Kautskismo Moderno
Para entender cómo y por qué el capitalismo llegó a ser como el ultraimperialismo, hay que ver por qué Lenin rechazó las ideas de Kautsky en su época. Lenin ve dos formas de revisionismo opuestas en Kautsky. El imperialismo es una estrategia preferida, pero no esencial, del capital. Se puede resistir al imperialismo sin rechazar el capitalismo. Esta desviación se basa en la ideología de la pequeña burguesía, que está oprimida por el capitalismo y quiere volver a un pasado idílico. Lenin muestra que el capitalismo lleva a la financiarización, el monopolio y el imperialismo. No se puede volver atrás. Peor aún, hace que los trabajadores se sometan a los líderes reformistas de la pequeña burguesía, que son inútiles.
Por otro lado, Kautsky también promulgó la idea de que el imperialismo podía ser un paso progresista hacia el comunismo mundial. La aparente contradicción entre estas dos desviaciones se hace evidente cuando se comprende el contexto histórico del reformismo, del que Kautsky fue uno de los principales defensores. En el entorno en el que se desarrollaba este debate, una de las cuestiones más controvertidas era la de una especie de Estados Unidos de Europa. El propio Lenin había defendido en 1915 precisamente ese concepto como etapa intermedia resultante de las revoluciones antimonárquicas y democráticas en varios Estados de Europa (Lenin, tras consultar seriamente con sus compañeros bolcheviques, retiró su propio lema en este sentido en la conferencia de Berna del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, celebrada en febrero-marzo de 1915. Llegó a la conclusión de que su postura era «unilateramente política» y que los factores económicos debían debatirse en la prensa del partido. Por su parte, Trotsky, como era de esperar, coqueteó con versiones más nocivas y chovinistas de la idea. Sin embargo, sin perderse en detalles, el peligro esencial que Lenin veía en Kautsky a este respecto era precisamente la idea del ultraimperialismo como expresión potencial de la reforma interna (socialdemócrata) en la política capitalista-imperialista externa.
El peligro correspondiente es que la clase obrera pueda inducirse a la pasividad o incluso a la cooperación con el programa de la clase dominante —en este caso, algo así como los Estados Unidos de Europa—, creyendo que la lucha reformista interna podría hacerla progresista. Ambas desviaciones se derivan, de hecho, del error teórico fundamental de no comprender la relación interna entre el capitalismo monopolista y el imperialismo, y de insistir en que este último es simplemente una opción política más entre muchas otras que pueden adoptar los monopolistas. En el contexto de este ensayo en su conjunto, vale la pena aclarar que el error fundamental de la teoría del ultraimperialismo de Kautsky es considerar el imperialismo como una opción política. Por el contrario, la tesis central de este ensayo es que el imperialismo designa aquellas circunstancias en las que la totalidad de las relaciones capitalistas están fundamentalmente subordinadas a una forma de mando y control consciente que puede entenderse bien como «político», pero que necesita del imperialismo.
La forma moderna de esta corriente revisionista no es, de hecho, el «ultraimperialismo», que en el sentido de Kautsky apenas se defiende en ningún sitio y que, en un sentido no kautskiano, se aproxima a verdades importantes. De hecho, las dos iteraciones más peligrosas del imperialismo kautskiano hoy en día son: 1) el imperialismo liberal de los derechos humanos y 2) el multipolarismo pseudodisidente. La primera es bastante obvia, incluso los peores marxistas están en gran medida acostumbrados a ella, y no vale la pena intentar redimir a nadie que caiga en ella. La segunda, sin embargo, es más sutil y, de hecho, probablemente sea una de las más perniciosas, en parte porque a menudo se posiciona explícitamente en contraposición directa a una imagen (ahistórica y caricaturesca) del «kautskismo».
Sin embargo, cuando observamos lo que realmente implica la estrategia multipolar, los paralelismos son evidentes. El peligro fundamental que Lenin veía en la teoría del ultraimperialismo de Kautsky era que los trabajadores fueran inducidos a la pasividad y se unieran a algún segmento de la burguesía reformista «buena», que mantendría intacto el sistema capitalista mundial, pero de una manera más agradable y amigable, creando así las condiciones para la lucha final hacia el socialismo. Ahora bien, ¿es este panorama muy diferente del que inspira a quienes depositan su fe en Xi, Putin, Duterte, Lula, etc.? En realidad, todos ellos son variantes apenas distinguibles del mismo mito venenoso: que algunos imperialistas buenos (y todos son imperialistas) podrían suavizar, moderar o aliviar las circunstancias de la barbarie global para dar al socialismo una oportunidad mejor. Y este mito tiene precisamente los mismos resultados que Lenin previó con tanta perspicacia y contra los que luchó: pasividad política y, cuando los engañados son quemados inevitablemente, como debe ser, ingenuidad, nihilismo, sumisión y derrota. Esto es el kautskismo hoy en día.
3.2 El Imperialismo durante y desde la Segunda Guerra Mundial
Para comprender las condiciones históricas que dieron lugar al sistema imperialista moderno como Modo de Producción cualitativamente diferente, debemos examinar brevemente hasta qué punto Lenin contempló una forma de «ultraimperialismo», así como las razones por las que finalmente lo rechazó:
«Tomemos los ejemplos de India, Indochina y China. Es sabido que esas tres colonias y semicolonias, con una población de unos 600-700 millones de personas, están sometidas a la explotación del capital financiero de varias potencias imperialistas: Gran Bretaña, Francia, Japón, Estados Unidos, etc. Supongamos que dichos países imperialistas forman alianzas, una contra otra, con objeto de defender o extender sus posesiones, sus intereses y sus “esferas de influencia” en dichos países asiáticos. Esas alianzas serán alianzas “interimperialistas” o “ultraimperialistas”. Supongamos que todas las potencias imperialistas se alían para repartirse “pacíficamente” esos países: esa alianza sería una alianza del “capital financiero unido internacionalmente”. Hay casos de tales alianzas en la historia del siglo XX, por ejemplo, la actitud de las potencias hacia China. Preguntamos: ¿es “concebible”, presuponiendo la continuidad del capitalismo —que es precisamente lo que presupone Kautsky—, que dichas alianzas no sean temporales, que eliminen las fricciones, los conflictos y la lucha en todas las formas imaginables?
Basta formular claramente la pregunta para que sea imposible darle una respuesta que no sea negativa porque bajo el capitalismo es inconcebible un reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que no sea por la fuerza de quienes participan en él, la fuerza económica, financiera, militar, etc. Y la fuerza de los que participan en el reparto cambia de forma desigual, ya que el desarrollo armónico de las distintas empresas, trusts, ramas industriales y países es imposible bajo el capitalismo. Hace medio siglo, Alemania era una insignificancia comparando su fuerza capitalista con la de Gran Bretaña; lo mismo puede decirse al comparar Japón con Rusia. ¿Es “concebible” que en diez o veinte años la correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas permanezca invariable? Es absolutamente inconcebible. 73 Por tanto, en el mundo real capitalista, y no en la banal fantasía pequeñoburguesa de los curas ingleses o del “marxista” alemán Kautsky, las alianzas “interimperialistas” o “ultraimperialistas” —sea cual sea su forma: una coalición imperialista contra otra o una alianza general de todas las potencias imperialistas— sólo pueden ser inevitablemente “treguas” entre las guerras. Las alianzas pacíficas nacen de las guerras y a la vez preparan nuevas guerras, condicionándose mutuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre una sola y misma base de lazos imperialistas y relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales. Pero el sapientísimo Kautsky, para tranquilizar a los obreros y reconciliarlos con los socialchovinistas, que se han pasado a la burguesía, separa los eslabones de una sola y misma cadena, separa la actual alianza pacífica (que es ultraimperialista e, incluso, ultraultraimperialista) de todas las potencias creada para “pacificar” China (recordemos el aplastamiento de la rebelión de los bóxersWW ), del conflicto no pacífico de mañana, que preparará para pasado mañana otra alianza “pacífica” general para el reparto, pongamos por caso, de Turquía, etc., etc. En vez de mostrar la conexión viva entre los períodos de paz imperialista y los períodos de guerra imperialista, Kautsky ofrece a los obreros una abstracción sofisticada, a fin de reconciliarlos con sus degenerados dirigentes.» (Lenin, Imperialismo, IX)
En primer lugar, es interesante y significativo que la única alianza «ultraimperialista» que Lenin reconoce sea precisamente la que se formó en respuesta a una revolución radical, igualitaria y anticolonial: la Rebelión de los Bóxers. También es interesante señalar que Lenin matiza su argumento con la salvedad «suponiendo que el sistema capitalista permanezca intacto», aunque nuestra tesis es que, en cierto modo, su carácter fundamental ha cambiado. Por último, debemos evaluar el núcleo del argumento de Lenin y si se sostiene.
Lenin afirma acertadamente que la dinámica del capitalismo producirá un equilibrio de fuerzas en constante cambio entre las principales potencias imperialistas o, más propiamente, entre sus cárteles dominantes. Los cárteles más poderosos exigirán una redistribución de las esferas de influencia y la impondrán mediante la guerra. Por lo tanto, ninguna alianza ultraimperialista podría mantenerse indefinidamente. No obstante, cabe cuestionarse si esto es realmente cierto. ¿No es posible que, tras dos convulsiones interimperialistas masivas en el siglo XXI que han propiciado dos oleadas revolucionarias masivas, los capitalistas supervivientes no logren hallar una forma de resolver sus diferencias?
Por supuesto, cualquier análisis del sistema mundial tras la Segunda Guerra Mundial debe partir de la base de que sí lo han logrado, ya que durante más de medio siglo las principales potencias imperialistas han evitado con éxito un conflicto interimperialista de gran envergadura. Por lo tanto, la cuestión no es si se ha negociado una paz interimperialista duradera, sino cómo se ha logrado, y en particular, en qué condiciones para las partes implicadas. Y, de hecho, aunque siguen ocultos detalles importantes, los términos generales son evidentes y ampliamente comprendidos en líneas generales por la mayoría, aunque no siempre se comprenda todo su significado. Por supuesto, un relato exhaustivo de este proceso va mucho más allá del alcance de este artículo. Nuestro objetivo aquí es principalmente sacar a la luz hilos que han sido ignorados o subestimados por muchos marxistas, pero que son esenciales para comprender nuestro momento actual.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias capitalistas restantes se unieron en un bloque relativamente pacífico bajo el liderazgo y dominio de los Estados Unidos, con Japón y Europa Occidental como satélites importantes (la Tríada, en la terminología de [Samir] Amin). ¿Cuál es el término adecuado para referirse a los Estados Unidos y al orden que construyeron en estas circunstancias? ¿Ultraimperialista? ¿Superimperialista? El prefijo no importa mucho, pero el hecho de su dominio sin precedentes sobre el bloque capitalista es indiscutible. A nivel macroeconómico, esto se materializó en el sistema de Bretton-Woods. Irónicamente, fue concebido por sus organizadores como una auténtica fantasía ultraimperialista kautskista, diseñada específicamente para «limitar» el imperialismo y la financiarización en interés del capitalismo. Keynes, después de todo, tenía un agudo sentido de la tendencia de la financiarización a socavar su propia base capitalista, como lo demuestran sus comentarios sobre la necesidad de tipos de interés bajos para llevar a cabo la «eutanasia del rentista». No vale la pena analizar aquí las principales tendencias de la economía política internacional de esta época, ya que han sido bien documentadas por Amin y defendidas con gran competencia por la camarada Yana en su artículo «Imperialismus und die Spaltung der kommunistischen Bewegung» [El imperialismo y la división del movimiento comunista; n. t.1]. En cualquier caso, volveremos a esta cuestión en nuestro análisis de la aristocracia obrera más adelante.También es cuestionable que debamos insistir aquí en los medios más directos con los que Estados Unidos subordinó cada vez más a sus socios menores, a menudo en detrimento de estos últimos. La larga lista de organizaciones, públicas y privadas, a través de las cuales se logró esto es bien conocida y apenas se niega ahora, incluso en los círculos socialdemócratas: el Plan Marshall, la OTAN, la SEATO [Organización del Tratado del Sudeste Asiático], la Comisión Trilateral, el Grupo Bilderberg, el Foro Económico Mundial, la Organización Mundial de la Salud, etc. — aunque merecen más atención de la que suelen recibir algunos aspectos ocultos importantes de este proceso, en términos de la reintegración y el perfeccionamiento de la arquitectura del poder fascista de los militaristas japoneses y los nazis (en particular a través de las respectivas organizaciones de Bohrmann y Gehlen). La recuperación de las fuerzas fascistas europeas al servicio de la subordinación de Europa a un programa anticomunista y ultraimperialista más amplio, especialmente de cualquier sector potencialmente rebelde de la clase obrera, ha sido bien documentada por Daniele Ganser (Los ejércitos secretos de la OTAN [PDF del enlace es una traducción al castellano]). Además, como documentó meticulosamente Alfred W. McCoy en su texto esencial, The Politics of Heroin in Southeast Asia [La política de la heroína en el sudeste de Asia; n. t. ] , las exigencias de la Segunda Guerra Mundial provocaron la integración casi total de las principales redes de crimen organizado bajo el control monopolístico directo del aparato de inteligencia estadounidense.
En efecto, es una consecuencia lógica e inevitable de nuestro orden geopolítico actual que cualquier «mercado negro» o actividad delictiva que trascienda lo trivial apenas pueda funcionar sin una estrecha integración en redes controladas por los servicios de inteligencia, lo que a menudo se reconoce en el caso del tráfico de drogas, el comercio ilegal de armas o el mercado de mercenarios, pero existe una reticencia peculiar a reconocer que esto es evidentemente así en lo que respecta a la trata de personas. Lo mismo ocurre con gran parte de la protección de la fauna silvestre, especialmente en el tercer mundo, que no es más que una nueva silva regis para la clase dominante, lograda por organizaciones pseudocaritativas como el WWF (que, como no podía ser de otra manera, también funciona como tapadera para la financiación de mercenarios). Como dejan claro los planes de la UE de eximir a los aviones corporativos de un futuro impuesto sobre el combustible, la criminalización, las restricciones y las sanciones en nuestro orden actual seguirán funcionando como un medio para establecer monopolios exclusivos para la clase dominante a través de la inteligencia criminal o encubierta (una vez más, como muestra McCoy, no hay una distinción real) que controlan.
Esta tendencia al aumento y la diversificación de la captura estatal y regulatoria, que transforma a la clase dominante en algo más parecido a una casta y cada vez menos inteligible en términos del orden liberal histórico legado por la burguesía revolucionaria, alcanzó su forma más descarada en los confinamientos de los últimos dos años y medio. Anatole France señaló en una ocasión que «La ley, en su magnífica ecuanimidad, prohibe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan.». Del mismo modo, las restricciones por el coronavirus prohibieron tanto a los que tenían mansiones y grandes fincas como a los que vivían en apartamentos miserables de una sola habitación salir de su «hogar» o disfrutar del aire fresco fuera de él (tanto si ese hogar incluía campos y bosques como si no) sin mascarilla. En varios casos, prohibieron tanto a los pobres como a los ricos el trabajo asalariado, el transporte público y la sanidad pública, especialmente si no estaban vacunados. Los viajes en jet privado no se han visto afectados en general por las restricciones fronterizas y, en cualquier caso, cualquiera que tenga un médico privado puede hacerse «vacunar» según su preferencia. A pesar de los numerosos requisitos para vacunarse con el fin de vivir, trabajar o reunirse con la familia, nunca ha habido ningún requisito de vacunación para ser propietario de un negocio o de cualquier otro activo. Y, por supuesto, a lo largo de las numerosas oleadas de restricciones económicas, casi siempre se ha dado el caso de que los grandes monopolios han podido permanecer abiertos, mientras que las pequeñas y medianas empresas no han podido hacerlo: la economía de escala se ha visto superada por la pura tiranía de la escala, el estrangulamiento político directo de cualquier capital remotamente independiente.
A riesgo de adelantarnos, es importante en esta sección rastrear una parte crucial de la genealogía de nuestro orden actual que ha sido algo ignorada por la tradición marxista institucionalizada (con excepciones significativas), y que tiene que ver con el monopolio alcanzado sobre la oferta monetaria y el papel esencial desempeñado por los bancos centrales en la consolidación del poder monopolístico general. El hecho de que Marx falleciera antes de poder completar las secciones previstas de El capital relativas al sistema crediticio y la deuda nacional tal vez haya influido en este desequilibrio. Una cuestión más compleja es que la crítica a los «banqueros» o al «capital financiero» aislado artificialmente —concebido como un parásito del cuerpo por lo demás sano del capitalismo— ha sido uno de los pilares de la política fascista y fascistoide.
Es comprensible, aunque no aceptable, que estas circunstancias hayan hecho que algunos se muestren reacios a realizar un examen y una crítica exhaustivos de la política monetaria capitalista, el crédito y las prácticas bancarias. Los marxistas deben tener la madurez intelectual y moral necesaria para abordar textos problemáticos con discernimiento crítico, sin huir de nada que teman que pueda contaminarlos. Esta tendencia forma parte de la misma práctica absurda de los partidos marxistas occidentales durante los últimos dos años, que han ignorado, difamado o, lo que es peor, han ayudado activamente al Estado a obstaculizar la mayor movilización de protesta masiva del último siglo porque los medios de comunicación estatales y corporativos tildaron dichas protestas de «derechistas». La escandalosa falta de rigor científico de estos marxistas, que o bien no se molestaron o bien fueron demasiado cobardes para entablar un diálogo con los participantes reales de dichas protestas (y descubrir sus compromisos y orientaciones, a menudo ampliamente de izquierdas), es una mancha en el nombre de todos nosotros que nos dificultará seriamente la importante labor política que tenemos por delante.
A este respecto, cabe señalar que quizá la mayor fuente de información para Imperialismo de Lenin fue Estudio del Imperialismo (1902), de J. A. Hobson. Hobson era un antisemita declarado, y su antisemitismo impregna gran parte de su obra, incluida la propia Estudio del Imperialismo. El antisemitismo en el que incurría era precisamente el típico de la pequeña burguesía crítica con el sistema, que ve en él una forma de exculpar al capitalismo de sus propias tendencias inevitables hacia el monopolio y culpar, en cambio, a un malvado complot judío. La cuestión es que Lenin fue capaz de aislar críticamente y extraer la información útil del texto, sin contaminación (o, evidentemente, sin temor a ella, confiando en su capacidad y la de sus compañeros para derrotar esta corriente de pensamiento simplemente avanzando con fuerza un análisis mejor, el marxismo, que goza del incomparable atractivo de la verdad y la validez, y que inevitablemente se demostraría superior en la praxis revolucionaria). En la crisis actual, los mecanismos de desinformación de la clase dominante están reviviendo y reinventando innumerables variedades de antisemitismo con las que atrapar, confundir y desviar a las masas que están adquiriendo conciencia de clase.
Por lo tanto, es a Lenin, implacable destructor de los análisis impostores antisemitas, a quien debemos emular cuando nos enfrentamos a los materiales textuales y las intervenciones a nuestra disposición, y trabajar para alcanzar su capacidad y su voluntad de aprender de las críticas no marxistas y pequeñoburguesas del imperialismo y la financiarización, como las de Hobson, al tiempo que las corregimos y explicamos los orígenes y la función de sus perversiones. Como él observó:
«los monstruosos hechos relativos a la monstruosa dominación de la oligarquía financiera sontan palmarios, que en todos los países capitalistas, en Estados Unidos, en Francia, en Alemania, hasurgido toda una literatura, escrita desde el punto de vista burgués, pero que, sin embargo, pinta un cuadro bastante certero y hace una crítica —pequeñoburguesa, naturalmente— de dicha oligarquía» (Lenin, Imperialism, III)”
Aunque somos conscientes de las limitaciones de la crítica pequeñoburguesa, cabe señalar que disfrutan de muchos más recursos, tiempo libre y libertad que las masas trabajadoras. También es posible que comprendan mejor ciertos aspectos del funcionamiento real de la dominación de clase, a nivel de gestión, organización y administración. La división del trabajo intelectual no nos deja otra opción que confiar en la producción general, crítica y de otro tipo, de una variedad de profesionales, en las ciencias, las finanzas, el periodismo y el gobierno, para percibir el sistema mundial tal y como ellos y nosotros lo reproducimos.
Así, siguiendo el espíritu de Lenin, nos corresponde examinar de forma crítica, pero seria, el material generado por los sectores disidentes de la pequeña burguesía, y de hecho de la propia burguesía, teniendo mucho cuidado de distinguir a los disidentes no marxistas (como Catherine Austin Fitts, John Titus, Robert F. Kennedy, Jr., Wall Street On Parade, Naked Capitalism, o los a menudo muy repulsivos autores de Vineyard Saker y Zero Hedge) de los simples impostores y fraudes (como Fabio Vighi, Off-Guardian, las organizaciones Larouche o MAGA COMMUNISM). Huelga decir que no todos los casos pueden decidirse fácilmente (quién sabe qué pasa con Giorgio Agamben o Reiner Fuellmich). Pero que debe haber una cantidad cada vez mayor de producción disidente genuina por parte de profesionales de las finanzas y la medicina y del mundo académico parece estar asegurado por el análisis marxista-leninista del imperialismo, que explica cómo las facciones dominantes de la burguesía también se depredan cada vez más entre sí, y la consecuencia inevitable de la concentración de la riqueza es que cada vez más estratos de la burguesía son arrojados a las masas, o al menos se enfrentan a la grave perspectiva de ello.
La sección siguiente se basará en particular en críticos burgueses y pequeñoburgueses de la política monetaria, como Michael Rowbotham y Alfred Owen Crozier, así como en críticos más generales y radicales (aunque «conservadores» o «de derechas») de lo que describen como el «golpe financiero» que se ha producido desde finales de los años noventa, Catherine Austin Fitts y John Titus. Por razones de tiempo, nos centraremos en los Estados Unidos, pero debemos señalar que los acontecimientos importantes fueron precedidos por la antigua potencia ultraimperialista de la que tomó el relevo de la hegemonía capitalista-imperialista, el Reino Unido. No entra en el ámbito de este documento hacer más que señalar los momentos significativos.
4. La estratagema de Nixon y sus precursores
La cartelización de la economía estadounidense se completó a principios del siglo XX, lo que ilustra bien el vínculo identificado por Lenin entre la monopolización y el imperialismo, con el inicio de la guerra hispano-estadounidense en 1898. Como observó Lenin, esto «despertó la oposición de los “antiimperialistas”, los últimos mohicanos de la democracia burguesa, quienes la calificaron de “criminal”» (Lenin, Imperialismo, IX). Tal resistencia, sin voluntad alguna de oponerse a las raíces capitalistas del imperialismo, fracasó naturalmente. Una vez más, se puede observar la clara suposición de Lenin de que la democracia burguesa ya había llegado esencialmente a su fin en su época.
Existen motivos fundados para creer que, en las últimas décadas del siglo XIX, el capital financiero había alcanzado tal grado de concentración en los Estados Unidos que las crisis económicas podían predecirse con bastante precisión (al menos a corto y medio plazo) e inducirse deliberadamente mediante esfuerzos coordinados de los cárteles bancarios. La elección del término «inducir» es deliberada y se utiliza en el sentido que se le da en medicina: la clase capitalista no había adquirido en absoluto la capacidad de eliminar la tendencia del capitalismo a las crisis (aunque hubiera querido hacerlo), pero la capacidad que las facciones capitalistas dominantes tenían desde hacía tiempo para «aprovecharse» de las crisis se perfeccionó hasta convertirse en la capacidad de acelerarlas o provocarlas deliberadamente en circunstancias oportunas. Alfred Owen Crozier argumentó que las crisis financieras de 1873, 1893 y 1907 fueron creadas artificialmente por los banqueros de Wall Street para promover sus intereses financieros y/o políticos colectivos.
En el caso de la crisis de 1893, al menos, existen pruebas muy sólidas de que fue provocada con el fin de presionar al Congreso para que derogara la Ley Sherman Antitrust, incluida una campaña coordinada por la National Bankers' Association para retirar préstamos (Titus, 42). En el siglo XX, los bancos no solo podían forzar la legislación, sino también hacer caso omiso de las leyes existentes. Un informe de 1911 de la Oficina del Contralor de la Moneda (OCC) reveló que «el 60 % de los bancos infringían habitualmente una o más disposiciones del código de los Estados Unidos» (Titus, 51). Como observa Titus:
En este contexto, la creación legal de la Reserva Federal, de propiedad privada, en 1913 representó en realidad la consagración de los propietarios de la Fed como los jefes de una empresa criminal enormemente poderosa, con sede en Nueva York. (Titus, 51)
La creación de la Reserva Federal es un caso clásico de cómo se redirige el sentimiento popular para promover el objetivo de la consolidación de la clase dominante: las masas estaban indignadas con los bancos tras la crisis de 1907, en particular con JP Morgan Chase. La protesta popular en favor de una mayor regulación se aprovechó para justificar la concesión a los mismos banqueros un control más directo sobre el crédito federal, la información privilegiada y la oferta monetaria de los Estados Unidos (Fitts, «The Black Budget of the United States»[n. t.]).
Al señalar el papel crucial que desempeñó el Estado en la aceleración de la transición del feudalismo al capitalismo, Marx observó que «La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica.» (Marx, El capital, I, 31). Como se ha señalado anteriormente, las dos guerras mundiales, así como la depresión entre ellas, dieron un enorme impulso a las tendencias hacia la concentración de la clase dominante, que Lenin ya había identificado como muy avanzadas. Esto incluye la suspensión de importantes elementos de la democracia burguesa; una mayor coordinación estatal de la economía, lo que en un sistema capitalista significa invariablemente una integración directa aún más estrecha entre el Estado y el capital; y la elaboración y el empoderamiento de los servicios de inteligencia y policía.
Como se ha observado anteriormente, las crisis del capitalismo, que se materializaron en una guerra interimperialista, sí crearon la posibilidad y, en la Unión Soviética, la realidad de una revolución socialista que derrocó al capital. Hay que reiterar una y otra vez que la clase dominante no es pasiva. Planifica, organiza y coordina activamente para promover sus intereses; de hecho, tiene más medios y más tiempo que nadie para hacerlo. Al explotar el trabajo de los demás, queda libre para dedicar todas sus energías a la labor de explotar, es decir, de mantener, defender y ampliar su posición de poder. A medida que se agudizaban las contradicciones del capitalismo, debemos imaginar que los capitalistas se esforzaban necesariamente por superarlas, resolverlas o aplazarlas. Al hacerlo, no debemos fantasear con que tuvieran ningún compromiso sentimental con el capitalismo en sí mismo. Debemos imaginar que su elección estaba dictada por sus intereses y temores materiales reales, no «bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.» (Marx, El 18 de brumario).
Fitts sostiene que, a través de una serie de mecanismos, el Gobierno de los Estados Unidos, durante la primera mitad del siglo XX, logró un control más o menos completo sobre la economía estadounidense al establecer una «posición dominante en los mercados crediticios». (Fitts, «The Black Budget of the United States»[n. t.]). Como concesión a, y como medio para sacar partido, del descontento real y amenazador para el sistema por parte de la clase trabajadora durante la Gran Depresión, Franklin D. Roosevelt creó el Fondo de Estabilización Cambiaria [Exchange Stabilization Fund] (1934) y la Seguridad Social (1935). El ESF es un fondo secreto que puede recurrir al crédito federal y solo rinde cuentas al presidente y al secretario del Tesoro. Es importante recordar aquí, porque su familiaridad casi oculta ahora su importancia, lo dramático que fue el cambio en las relaciones capitalistas que supuso el establecimiento del Estado del bienestar. En este periodo se produjeron cambios tectónicos en la distribución de los riesgos, algunos a favor de diversas facciones del trabajo, otros del capital. Como señala Klein, los cupones de alimentos, por ejemplo, aseguran sustancialmente a los productores de bienes de consumo contra el riesgo. Desde el punto de vista del sistema en su conjunto, esto debe considerarse como la determinación más directa de cómo se distribuye el excedente a través de la política gubernamental.
El predecesor del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) también se creó en 1934 (la Administración Federal de Vivienda), seguido posteriormente por las empresas patrocinadas por el Gobierno (GSE) Fannie Mae y Freddie Mac. Como observa Fitts, «la Reserva Federal (es decir, el cártel) para fijar el precio del dinero, el ESF, las GSE y, más recientemente, el HUD, han demostrado ser fuerzas poderosas para regular los flujos monetarios y la demanda en la economía estadounidense» (Fitts, «The Black Budget of the United States»). La Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría dieron lugar a la reforma del ejército estadounidense, dotándolo de un «presupuesto militar en tiempos de guerra y una estructura de fuerzas en tiempos de paz», y la aprobación de la Ley de la CIA en 1949 «creó un mecanismo presupuestario que permitía a la CIA gastar todo el dinero que quisiera». , dotándola de un «presupuesto militar de guerra y una estructura de fuerzas en tiempos de paz», y la aprobación de la Ley de la CIA en 1949 «creó un mecanismo presupuestario que permitía a la CIA gastar todo el dinero que quisiera sin tener en cuenta las disposiciones legales y reglamentarias relativas al gasto de los fondos públicos» (Fitts, «The Black Budget of the United States»). En conjunto, estas palancas permiten a quienes dirigen el Gobierno de los Estados Unidos (es decir, la vanguardia de la clase dominante) ejercer un control directo pero secreto (es decir, planificado e iniciado de forma encubierta) sobre las palancas fundamentales de la economía estadounidense.
El ya considerable control económico sobre la economía mundial que tal posición conllevaba se amplió radicalmente con la sustitución del sistema de Bretton-Woods. Como se ha señalado anteriormente, Bretton-Woods debe entenderse como un compromiso interimperialista bajo la hegemonía de Estados Unidos, que empleó la represión financiera para permitir el capitalismo productivo. En gran medida, el sistema sí que impidió el dominio absoluto de los Estados poderosos, y, tal y como predijo Lenin, esa paz interimperialista no pudo mantenerse. Sin embargo, en lugar de una guerra imperialista abierta, la vanguardia de la clase dominante estadounidense bajo Nixon se embarcó en algo quizás más radical: el inicio de una dictadura financiera total sobre el resto del bloque capitalista.
Lo que Lenin quizá no pudo prever fue que la estrategia fuera eficaz: Nixon tuvo éxito. Y lo tuvo precisamente porque, entre las opciones de la dictadura del dólar o el comunismo revolucionario en forma de la URSS, China, Vietnam y toda la ola descolonial, las clases dominantes de Europa, Japón y, junto con ellas, la élite compradora de todo el mundo no tuvieron más remedio que aceptar la primera. De hecho, la estratagema [gambit] de Nixon se inició directamente en respuesta a la amenaza que suponía para el capitalismo mundial (y para la sociedad de clases en general) la heroica resistencia de las masas vietnamitas al imperialismo estadounidense.
En la estratagema de Nixon, muy bien descrita por Peter Gowan en La apuesta por la globalización, vemos a la vanguardia estadounidense de la clase dominante capitalista respondiendo a una crisis (o, de hecho, a una serie de crisis, entre ellas la amenaza económica que representaban para Estados Unidos Japón y Europa, el riesgo de devaluación del dólar y la guerra de Vietnam) consolidando y arrebatando más poder y más control, lo que alteró aún más el sistema. En particular, el éxito de la clase dominante estadounidense en el establecimiento de lo que Gowan denomina el «régimen del dólar de Wall Street» la colocó, no obstante, en una posición extremadamente precaria sobre un sistema mucho más volátil, plagado de sus propias contradicciones. Entre las más significativas se encontraba su relación con las aristocracias laborales nacionales de la tríada, cuyo análisis nos acerca mucho a la comprensión de las complejidades del momento actual.
5. El papel de la aristocracia obrera
En su artículo «Imperialismus und die Spaltung der kommunistischen Bewegung» [El imperialismo y la división del movimiento comunista; n. t.], la camarada Yana elevó significativamente el nivel del debate al integrar seriamente en su análisis la cuestión de la aristocracia obrera imperialista. Hasta ese momento, se había debatido muy poco sobre este tema, a pesar de que la clarificación de Lenin sobre su papel fue una de las contribuciones más significativas e impactantes de su panfleto El imperialismo. Especialmente acertada fue su comparación entre quienes niegan la importancia del imperialismo en aras de la «unidad de la clase obrera» y quienes niegan los desequilibrios de género en nombre de la misma. No obstante, Yana señala que no conoce ningún trabajo que intente comparar cuantitativamente el grado de explotación de los miembros de la aristocracia obrera con lo que reciben en forma de dividendos procedentes de la superexplotación imperialista de la periferia.
De hecho, esto es precisamente lo que ha hecho con gran profundidad y rigor Zak Cope en sus dos textos, Divided World, Divided Class (2012) [Mundo dividido, clase dividida; n. t.] y The Wealth of (some) Nations (2019) [La riqueza de (algunas) naciones, n. t.]. En la medida que conoce el autor, se trata de los análisis más actualizados y exhaustivos sobre la aristocracia obrera y, aunque imperfectos, son de enorme importancia. Las conclusiones de Cope indican que, en términos estrictamente formales y economicistas, la mayoría de las aristocracias obreras de los países imperialistas centrales han estado sometidas a una tasa de explotación real cercana a cero o en algunos contextos incluso negativa, desde la Segunda Guerra Mundial: partes de la clase obrera occidental han recibido en diversos momentos más a través del imperialismo de lo que han perdido a través de la explotación de su propio trabajo asalariado. Grandes sectores de la aristocracia obrera disponen de una escasa cantidad de capital, en forma de ahorros, fondos de pensiones, sindicatos, viviendas y, en cierto sentido, en los tesoros nacionales sobre los que tienen derechos. Los textos de Cope son una corrección esencial al negacionismo chovinista de la aristocracia obrera que se asocia más típicamente con los trotskistas, pero que, evidentemente, según el artículo de Yana, también es un problema en el KKE.
Sin embargo, quienes niegan la importancia de la aristocracia obrera en el siglo XX en aras de un beneficio político cínico e inmediato nos privan de un medio esencial de clarificación y esclarecimiento político. Sin él, no podemos explicar el chovinismo y el nacionalismo de las poblaciones del núcleo imperial. No podemos explicar el fracaso del comunismo en estas regiones durante el último siglo. Y, de hecho, no podemos explicar elementos cruciales del colapso del socialismo real. Uno de los medios más esenciales con los que el bloque capitalista-imperialista logró socavar el socialismo fue convencer a grandes poblaciones del mundo socialista de que el nivel de vida del que disfrutaba el núcleo imperialista era resultado del «capitalismo» (y no del imperialismo) y que el nivel de vida del mundo socialista era resultado del «socialismo». Esta confusión socavó significativamente la legitimidad de los sistemas socialistas y fomentó los sentimientos contrarrevolucionarios.
Dicho esto, también debemos criticar las conclusiones economicistas y excesivamente tercermundistas de Cope, en particular la idea de que no vale la pena apoyar a los trabajadores occidentales que defienden sus intereses (luchando contra las reducciones salariales, etc.), o incluso que podría ser necesaria alguna reducción salarial para los trabajadores occidentales con el fin de lograr una distribución equitativa de la riqueza mundial. El camarada Jan Müller identifica correctamente cómo se utilizan estas líneas políticas para dar una cobertura ultraizquierdista a las políticas neoliberales («Kritische Anmerkungen zur Theorie der ›Arbeiteraristokratie‹» [Observaciones críticas sobre la teoría de la «aristocracia obrera», n. t. ]). El mantenimiento del sistema imperialista es terriblemente costoso, directamente en términos de gastos militares, propaganda y represión política, sobornos, etc. —cuya factura pagan principalmente la clase obrera con salarios altos y los profesionales proletarizados de la socialdemocracia, y que también ellos mismos sufragan en gran medida—, pero también costoso desde el punto de vista de los activos totales disponibles para la apropiación, en el sentido de que muy a menudo conlleva la destrucción de la capacidad productiva (capital fijo, así como capital variable), y también costoso en términos de costes de oportunidad, es decir, en el sentido de que el imperialismo, al igual que el propio capitalismo, es, como destacó Marx, un obstáculo para la productividad humana. Como han documentado ampliamente Samir Amin y otros, gran parte de la praxis imperialista ha consistido en frustrar los intentos de la periferia de emplear productivamente el capital en la acumulación autocéntrica. Incluso en el apogeo de sus privilegios, el sistema imperialista ha supuesto para la aristocracia obrera una enorme frustración y alienación, subordinación política y represión, así como insatisfacción moral. La aristocracia obrera vive peor que podría vivir bajo el comunismo, tanto moral como materialmente. En cualquier caso, lo más significativo de la aristocracia obrera para nuestros propósitos actuales es que se encuentra bajo ataque directo.
Lenin ya reconocía las importantes tensiones dialécticas inherentes a la elaboración de una aristocracia obrera:
«Por una parte, está la tendencia de la burguesía y de los oportunistas a convertir el puñado de naciones mas ricas, privilegiadas, en "eternos" parásitos sobre el cuerpo del resto de la humanidad, a "dormir sobre los laureles" de la explotación de negros, hindúes, etc., teniéndolos sujetos por medio del militarismo moderno, provisto de una magnífica técnica de exterminio. Por otra parte, está la tendencia de las masas, que son más oprimidas que antes, que soportan todas las calamidades de las guerras imperialistas, tendencia a sacudirse cse yugo, a derribar a la burguesía.» (Lenin, Imperialismo y la escisión del socialismo****)
En la lucha del capital internacional contra el comunismo revolucionario tras la Segunda Guerra Mundial, la aristocracia obrera adquirió una nueva importancia: la posición de la clase dominante era precaria, el capital estaba a la defensiva y era necesario hacer importantes concesiones a los trabajadores nacionales tanto para mantenerlos dóciles como para proporcionar propaganda a favor de la «prosperidad capitalista». Este acuerdo tenía contradicciones evidentes: el empoderamiento de cualquier otra clase es desfavorable para la clase dominante. Cualquier clase con fondos independientes y tiempo libre puede organizarse y coordinarse más fácilmente para promover sus propios intereses a través de organizaciones comunitarias, partidos políticos, etc. De ahí el interés acumulado de la clase dominante en hacernos pobres y mantenernos así: con tiempo y dinero podemos defender y promover nuestros intereses. Es precisamente por eso que Marx enfatiza que la historia es la historia de la lucha de clases. La guerra entre las masas y la clase dominante es un juego de suma cero. Una jornada laboral más corta es más tiempo, no solo para el ocio, sino para planificar, organizar y rebelarse; una mejor alimentación o una mejor educación para los trabajadores se traduce en más energía y mayores capacidades para promover nuestros propios intereses. Como observó una vez Tony Benn, «una nación educada, sana y segura de sí misma es más difícil de gobernar». Por lo tanto, la clase dominante toleró el establecimiento de una amplia aristocracia obrera solo en la medida en que era absolutamente necesario, y cuando dejó de serlo, se apresuró a desmantelarla.
Como siempre, las contradicciones abundan. Especialmente en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, la aristocracia obrera occidental adquirió una función secundaria, pero extremadamente importante para el capital: la de consumidor de última instancia. Como nexo significativo de la realización del capital, también adquirieron una importancia extrema para el sistema monetario y financiero: como base impositiva y como propietarios/compradores de viviendas, pensiones e hipotecas. El régimen del dólar de Wall Street iniciado por Nixon hizo que la vanguardia de la clase dominante y toda la economía capitalista mundial dependieran de una oferta monetaria que requería una aristocracia obrera bastante rica para sostenerla. Si los estadounidenses, por ejemplo, no fueran lo suficientemente ricos como para sostener tanto las deudas personales que permiten la creación de dinero bancario como para pagar el principal a través de sus impuestos sobre la deuda nacional que permite las reservas, todo el sistema sería insostenible.
Cuanto mayor es esta aristocracia obrera, mayores y más productivas deben ser las clases súper explotadas y, a su vez, mayor debe crecer esta clase subalterna siempre problemática. Sin embargo, la clase dominante no puede mantener indefinidamente una gran aristocracia obrera rica. De hecho, las contradicciones de este acuerdo se han hecho evidentes en el programa neoliberal, que ha supuesto un ataque a varios niveles contra la clase trabajadora mundial, incluida la aristocracia obrera occidental. Es quizás en este contexto, si no antes, cuando la vanguardia de la clase dominante dio un giro hacia lo que Fitts ha descrito como el «golpe financiero». Cuando se inició la estrategia de Nixon, ya debían de haber comprendido en cierto modo que necesitarían (y ahora podían realmente concebir y aplicar) medios mucho más directos para controlar a la población. Cabe destacar que el verano de 1971, cuando Estados Unidos puso fin a la convertibilidad del dólar en oro, fue también el verano en que se presentó por primera vez en Moscú y Río de Janeiro Los límites del crecimiento. El verano también concluyó con una gran tragedia para el comunismo a nivel mundial, el incidente de Lin Biao.
Estos tres puntos nos ayudan a captar la orientación de la clase dominante en este momento: los riesgos y las oportunidades que se le presentan. Como casi siempre ocurre cuando la clase dominante da un paso importante y uno se pregunta «¿por qué?», la respuesta es tanto «porque pueden» como «porque deben». La victoria de los partidarios del camino capitalista —apoyados, por supuesto, por Kissinger y Nixon con abundante oro de Golden Lily a través de Marcos— debería considerarse quizás como el (comienzo del) fin de la primera ola de la revolución comunista mundial. El aplastamiento de las masas revolucionarias y la subordinación de la camarilla dengista respaldada por Occidente fue interpretado casi con toda seguridad como tal por la clase dominante occidental, y desempeñó un papel importante en su confianza para iniciar el asalto neoliberal. También proporcionó directamente la oportunidad de establecer el sudeste asiático como una zona importante de inversión de capital productivo para sustituir la desindustrialización necesaria en la lucha política interna contra la aristocracia laboral imperial.
Tal y como ha destacado Klein, es muy significativo que la contrarrevolución en China, en particular, también proporcionara a la clase dominante la experiencia de una posición de control radicalmente consolidada y una red bien integrada, amplia, profunda y socialmente dinámica para la creación y distribución del poder político. La organización social comunista, que funcionaba muy bien, pudo modificarse en puntos clave —con la violencia y el engaño adecuados— para crear algo mejor para sus propósitos que lo que las clases dominantes capitalistas habían sido capaces de lograr en los Estados capitalistas imperiales. Cabe señalar, en este punto, el absurdo total que albergan muchos de nuestros compañeros: que los descendientes de la camarilla que aplastó el comunismo chino, esclavizó a las masas chinas y entregó su riqueza colectiva en bandeja de plata a sus amos estadounidenses en forma de préstamos que las masas chinas nunca recuperarán, sean antagónicos de manera significativa a la vanguardia de la clase dominante en Occidente. Lo mismo se imagina con respecto a Vladimir Putin y la camarilla que lo rodea: Putin, que supervisó el saqueo asesino de la antigua Unión Soviética y que fue elegido por Yeltsin, en constante coordinación con Clinton, para reforzar y consolidar el control sobre la población rusa tras la crisis del rublo (que fue en gran medida resultado de la turbulencia causada por el régimen del dólar de Wall Street). La crisis demostró que el capital había sido tan rapaz que había dejado un Estado demasiado débil para imponer una explotación sostenida de lo que quedaba de la URSS. Evidentemente, a Putin se le encomendó la tarea de rectificar esto. La fantasía de que Putin o Xi, a pesar de su historia política real, sus políticas, su posición en la propiedad y las bases materiales reales de su poder político, tienen una relación genuinamente antagónica con la clase dominante que los puso en el poder es absurda, ya sea que se imagine que persiguen sus propios intereses imperialistas divergentes o que luchan de alguna manera (quizás de mala gana) contra el imperialismo occidental. Su aplicación sincronizada del monstruoso asalto de la clase dominante contra la humanidad durante los últimos dos años, bajo el pretexto de esta ridícula «fábula» del coronavirus, deja esta cuestión fuera de toda duda.
Tal vez lo más escandaloso sea que las masas del núcleo imperial, con todos sus privilegios residuales de la aristocracia obrera, están más avanzadas en muchos aspectos que los comunistas que pretenden liderarlas. Esto se manifiesta sobre todo en forma de «teorías conspirativas», que incluso en su forma más vulgar, cuando son orgánicas, expresan la intuición real de las masas de que la clase dominante está cada vez más libre de rendir cuentas y de que ellas, las masas, están siendo privadas de sus derechos y desposeídas. La gran mayoría de los trabajadores de todo el mundo nunca se escandalizan ni se horrorizan ante las «teorías conspirativas»: por lo general, las examinan, analizan las pruebas y las rechazan cuando procede. Pero los trabajadores con conciencia de clase nunca descartan de plano la idea de que la clase dominante conspira (en gran medida de forma encubierta y a menudo criminal) para someterlos: su experiencia cotidiana les recuerda constantemente la interminable cadena de conspiraciones de la clase dominante contra sus intereses.
De hecho, la única clase en el mundo que manifiesta este terror gritón a las «conspiranoia» es la pequeña burguesía imperial, la clase que vive casi exclusivamente de halagar a la burguesía. Que los miembros de esta clase han adquirido una influencia desmesurada en las organizaciones marxistas es evidente. Y los sesgos ideológicos que imponen, a menudo de manera inconsciente, han sido puro veneno para el movimiento comunista. Esta es la clase que exige que rechacemos o ignoremos las teorías conspirativas porque alienaremos al público. Al hacerlo, actúan como han sido entrenados y no se refieren al público real y concreto, sino al «público» artificial, fabricado, un espejismo creado por el espectáculo. Entre las masas reales, la «teoría de la conspiración» no es ningún tabú. El 90 % de los alemanes no cree que el Gobierno estadounidense esté diciendo toda la verdad sobre el 11-S, el 40 % cree en un gobierno mundial secreto y un porcentaje aún mayor cree que el Gobierno es criminal. Las encuestas telefónicas revelan con frecuencia que aproximadamente la mitad de los estadounidenses no cree la versión del régimen de Bush-Cheney sobre los atentados del 11-S. Hay que tener en cuenta que las encuestas telefónicas están sesgadas hacia los estadounidenses de más edad y más ricos, que son mucho más propensos a creer al Gobierno y a consumir noticias televisivas. Una encuesta realizada en 2007, justo antes de que Barack Obama fuera llamado para reforzar masivamente la legitimidad popular del Gobierno, reveló que más de la mitad de los encuestados deseaba que el Congreso destituyera a Bush y Cheney en relación con los atentados, y el 67 % afirmaba que la comisión del 11-S debería haber investigado el derrumbe del edificio 7. En repetidas encuestas realizadas conjuntamente por el NYT y la CBS —sin duda, nada críticas con el sistema— se descubrió que una pequeña minoría de estadounidenses, nunca más del 25 % y tan solo un 16 % en abril de 2004, creía que el régimen de Bush decía la verdad cuando negaba tener conocimiento previo de los atentados. Una encuesta de 2007 reveló que más del 60 % de los estadounidenses creía que era bastante o muy probable que personas del Gobierno federal tuvieran conocimiento previo de los atentados y decidieran no actuar. (Encuestas de opinión sobre las teorías conspirativas del 11-S - Wikipedia)
Catherine Austin Fitts, una auténtica miembro (ahora disidente) de la clase dirigente, observó en una ocasión:
«soy una soldado de a pie de la conspiración, me criaron para urdir conspiraciones toda mi vida. He formado parte de miles de conspiraciones a lo largo de mi vida. Crecí en un mundo en el que las personas eran poderosas y utilizaban las conspiraciones para construir su futuro. La construcción del futuro se lleva a cabo transacción a transacción, proyecto a proyecto, y siempre implica inversión, siempre implica recursos, siempre implica dinero y, por supuesto, siempre se hace en forma de conspiración porque hay que mantener la boca cerrada, ya que, de lo contrario, la gente te detendrá. No estoy diciendo que sea ilegal, solo digo que la conspiración es la herramienta fundamental que utiliza la gente para construir su futuro. Ahora bien, si los denigra, te quedarás indefenso, impotente y sin idea de cómo funciona el mundo. Así que deja de hacerlo, porque sabes que tenemos que dedicarnos a iniciar y llevar a cabo conspiraciones exitosas, porque eso es lo que gana.»(Minuto 1:13 Trish Wood is Critical, 7 de mayo de 2022)
Aquellos en la cima saben que conspiran, aquellos en la base saben que se conspira contra ellos. No debemos preocuparnos por la minoría extrema, en términos globales, que busca halagar a los primeros convenciéndose a sí mismos de que no lo hacen.
6. El golpe financiero
Lamentablemente, esta sección deberá ser extremadamente breve y con pocas citas, con el fin de publicar este documento a tiempo para el Kongress Kommunismus en Berlín.
Tal como se mencionó previamente, Catherine Austin Fitts, tras salir victoriosa de una década de litigios con el Departamento de Justicia —persecución política por exponer las maquinaciones del primer régimen de Bush—, ha trabajado para revelar lo que ella denomina el «golpe financiero» [Financial Coup]. En esencia, ha argumentado que, a partir de finales de los años noventa como muy tarde, se tomó la decisión fundamental de «renunciar» a los Estados Unidos. Al fin y al cabo, es difícil imaginar que, tras la conquista del mundo comunista, la clase dominante tuviera la intención de cumplir los compromisos en materia de bienestar social a los que se vio obligada en las desfavorables condiciones de negociación de la Guerra Fría. Esto se llevó a cabo en parte mediante un programa concertado de desregulación que Fitts denomina «el gran envenenamiento», que inundó a los consumidores de productos tóxicos que acortan la vida (incluidas las vacunas).
Sin embargo, lo más importante es que esto ha supuesto la insolvencia del Tesoro, que ha asumido los compromisos con la ciudadanía, y la perversión o la supresión de todas las funciones del Estado, salvo la represión y el saqueo. Este programa, la esencia del reaganismo, se llevó a cabo en todos los ámbitos de la función pública, pero Fitts centra su atención en un nodo fusionado con Wall Street y su fraude concreto al Estado estadounidense, la transferencia masiva de riqueza a fuentes no reveladas. El análisis de Fitts está, por supuesto, muy limitado por su posición de clase, su profesión y sus compromisos políticos. No obstante, ofrece tal riqueza de conocimientos sobre tantos asuntos que el movimiento comunista ha subestimado, que merece la pena citarla aquí con cierta extensión (esto es una transcripción de una entrevista en un podcast). Comienza con el hecho, ahora bien establecido, de que, desde el punto de vista económico, la actual crisis, supuestamente provocada por la pandemia, ya era visible en los mercados de repos en el verano de 2019, antes de que se anunciara la existencia del virus:
«Los banqueros centrales del G7 se reunieron, principalmente los banqueros del G7 se reúnen cada año en Jackson Hole a través de uno de los bancos miembros de la Reserva Federal, y es un lugar al que acuden para debatir y desarrollar políticas. Así que en la reunión de Jackson Hole en agosto de 2019, los banqueros centrales se reunieron y votaron un plan denominado «Going Direct Reset» [Reinicio directo]. Ahora, el Foro Económico Mundial, que es... para mí, el Grupo de Davos no es más que el brazo comercial del «Going Direct Reset». El plan real lo impulsan los banqueros centrales. Se trata de una reestructuración del funcionamiento del sistema de gobierno y del sistema financiero del planeta Tierra. Para mí, comenzó en los años 90. Yo lo llamo el golpe financiero. Ahora se está acelerando hacia un golpe mucho más agresivo. El golpe financiero que comenzó en 1998 estaba destinado a ser invisible para mucha gente, y creamos una burbuja económica con deuda, para que todo el mundo pensara que eran buenos tiempos y no se diera cuenta de los cambios en el control que se estaban gestando silenciosamente entre bastidores. Así que votaron este plan, que consta de varias partes. Una es la impresión masiva de moneda y deuda que canaliza el dinero hacia los iniciados, que son libres de comprar todo en el tablero del monopolio, así como la destrucción de la demanda de las empresas y negocios de los no iniciados y de los flujos de caja…
Supongamos que en una manzana hay una gran empresa que cotiza en bolsa con una gran superficie comercial y luego hay cien pequeños negocios: se declara que los cien pequeños negocios no son esenciales y entonces todos los clientes acuden a la gran superficie comercial que cotiza en bolsa, lo que aumenta sus beneficios y hace subir la bolsa. Así que se está jugando a consolidar toda la riqueza en lo que George H. W. Bush solía llamar «manos más fuertes y más justas». Mientras se dedica a destruir un millón de pequeñas empresas en Estados Unidos, quiere confundir a la gente lo suficiente como para que no se den cuenta de lo que está pasando. Así que les dice que hay una plaga y una enfermedad y que todos van a morir, y que es para ayudar a la gente. Básicamente, es un juego de guerra económica, y cuanto más se les mantiene ignorantes, dando vueltas en círculo y sin entender lo que está pasando, y cuanto más miedo tienen, más rápido, más barato y más fácil es para usted hacerlo.
TW: Al final, ¿cuál es el propósito de todo esto, qué es lo que intentan conseguir?
CAF: Lo que intentan conseguir es una sociedad en la que el uso de los recursos por parte de cada individuo sea mucho menor. Así, los que están en la cima, dependiendo de dónde se corte el número, digamos que el 1 % más rico, viven hasta los 145 años, porque la biotecnología lo hace posible, y luego los que no están en ese porcentaje viven una vida con mucho menos poder político y muchos menos recursos. Reducir a todo el mundo, en esencia, a la esclavitud. Ahora bien, si se analiza la historia de la esclavitud, se comprende que la esclavitud es el negocio más rentable que ha existido jamás, la mejor inversión que se ha creado jamás. Pero la esclavitud se abolió la última vez porque no se pudo perfeccionar la garantía: no se pudieron sofocar algunas de las rebeliones de esclavos. La tecnología digital le da la capacidad de perfeccionar las garantías y sofocar todas las rebeliones, si se puede establecer una red de control total. Y así les da la capacidad tecnológica para reducir a todo el mundo esencialmente a la esclavitud, y es una esclavitud controlada mentalmente: en 2030 no tendrás activos y serás feliz. Esa es la visión. Y el uno por ciento puede permitirse vivir hasta los 145 años y llevar una vida muy rica, porque el uso de los recursos se ha reducido tanto en la población general.» (Trish Wood Is Critical, 7 de mayo de 2022, minuto 55:00).
Por supuesto, lo que describe Fitts se desprende lógicamente del análisis de Lenin. Él observó en su época que:
«Entonces se podía sobornar, corromper durante decenios a la clase obrera de un país. Ahora esto es inverosimil, y quizá hasta imposible. Pero, en cambio, cada "gran" potencia imperialista puede sobornar y soborna a capas más reducidas (que en Inglaterra entre 1848 y 1868) de la "aristocracia obrera". Entonces, como dice con admirable profundidad Engels, sólo en un país podia constituirse un "partido obrero burgués ", porque sólo un país disponía del monopolio, pero, en cambio, por largo tiempo. Ahora, el "partido obrero burgués" es inevitable y tipico en todos los países imperialistas, pero, teniendo en cuenta la desesperada lucha de éstos por el reparto del botín, no es probable que semejante partido triunfe por largo tiempo en una serie de países. Ya que los trusts, la oligarquía financiera, la carestía, etc., permiten sobornar a un puñado de las capas superiores y de esta manera oprimen, subyugan, arruinan y atormentan con creciente intensidad a la masa de proletarios y semiproletarios.» (Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo****).
Molly Klein predijo con notable precisión que la clase dominante se estaba preparando para algo similar a lo que se puso en marcha con el pretexto del «coronavirus», mucho antes de que se mencionara la pandemia en 2019.
Como se ha demostrado anteriormente, las circunstancias políticas excepcionales de la Guerra Fría, de la lucha existencial contra el comunismo revolucionario, obligaron a la clase dominante a cultivar una amplia aristocracia obrera. En las circunstancias tanto de la lucha contrarrevolucionaria como de la lucha interimperialista dentro de la tríada (así como de las tendencias contradictorias internas dentro de la oferta monetaria), la vanguardia de la clase dominante adoptó una estrategia que le permitió, a través del dólar estadounidense, el ejército estadounidense y las redes de inteligencia encubiertas controladas por los Estados Unidos, establecer un poder sin precedentes sobre el bloque capitalista y, posteriormente, sobre el mundo.
Dialécticamente entrelazada con la consolidación del poder sobre el mundo por parte de la clase dominante capitalista liderada por Estados Unidos estaba la consolidación y concentración del poder dentro de la propia clase dominante. Al igual que, a gran escala, las naciones capitalistas se vieron obligadas, so pena de aceptar la alternativa comunista revolucionaria, a subordinarse al liderazgo estadounidense, la dinámica de este proceso hizo que la concentración del poder mundial generara un liderazgo real cada vez más consolidado y encubierto dentro de la vanguardia estadounidense. El poder de las estructuras jerárquicas organizadas y dirigidas por los servicios de inteligencia para alcanzar el dominio en tales circunstancias era, si se analiza el panorama general, inevitable. Por lo tanto, no es de extrañar que los «capitalistas» más poderosos de hoy en día no sean realmente capitalistas, sino criaturas directas del complejo militar-industrial-de inteligencia ultraimperialista. Individuos como Gates, Musk o Bezos no dirigen empresas capitalistas que asumen riesgos produciendo bienes para un mercado de consumo. Su riqueza proviene del consumo forzado, forzado en el sentido de que los contribuyentes deben «comprar» los productos a través de los presupuestos estatales, o literalmente obligados a consumirlos por medios legales y políticos. Una entidad como Amazon, que nunca obtuvo beneficios, pero siguió recibiendo inversiones de personas con información privilegiada, y solo empezó a obtener beneficios cuando recibió contratos del Gobierno, no puede entenderse como una empresa capitalista. Es un mecanismo directo de consolidación del ultramonopolio.
Este retorno a formas de explotación cada vez más evidentes y directas va acompañado de una explosión correspondiente del espectáculo necesario para disimularlo: la enorme estructura de telecomunicaciones, la desinformación sin fin. Los elementos de esta transformación quedan ocultos por los restos persistentes de las relaciones capitalistas, pero el orden fundamentalmente diferente en el que vivimos ahora queda claro con la más mínima reflexión seria. Gran parte de la tecnología de vigilancia y control a la que estamos cada vez más sometidos, por ejemplo, se explica con un análisis perezoso y a medias, como la búsqueda desesperada de «clics» y «datos». De ser esto cierto, el poder de consumo de la población así supuesto tendría que ser lo suficientemente grande como para que sus compras diferenciales justificaran —para que fueran rentables— unos gastos de capital tan enormes. Tanto es así que, incluso en Occidente, las amplias masas ven cómo su poder adquisitivo se reduce exponencialmente. Una vez más, en algún lugar del laberinto, toda esta vigilancia y estos datos son «rentables» no gracias a un mercado capitalista real, sino porque alguien (el gobierno y las agencias de inteligencia «privadas») los compra por su utilidad para ejercer un control directo. Los datos no son el «nuevo petróleo»: el «nuevo petróleo» es la capacidad enormemente ampliada de la clase dominante para explotarnos utilizando, directa e indirectamente, los datos que ha acumulado sobre nosotros. Nosotros, y nuestra esclavitud colectiva e inminente, somos el «nuevo petróleo».
Un relato adecuado de la evolución del imperialismo desde la década de 1970, que se tratará en un suplemento de este ensayo en un futuro próximo, debería abordar en particular la consolidación del poder de la clase dominante lograda a través del 11-S y la «guerra contra el terrorismo», la crisis financiera de 2008 y, por supuesto, el espectáculo fabricado de la «pandemia» de los últimos dos años. También sería necesario examinar los BRICS, sobre todo China, como importantes laboratorios para la experimentación de la clase dominante en la reducción y redistribución de los privilegios aristocráticos del trabajo, quizás de forma más abiertamente racial/castista.
Sin embargo, cabe esperar que se haya demostrado lo suficiente como para sugerir que la extrema consolidación, disciplina y unidad de la actual clase dominante internacional no puede subestimarse. Y en su lucha exitosa (hasta ahora) contra las masas revolucionarias, así como contra los escalones no capitalistas que se encuentran por debajo de ellas, han alterado fundamentalmente el orden mundial. Ahora se encuentran en una posición en la que pueden y deben ejercer un control mucho más directo sobre la población, en la que ya no pueden tolerar ningún capital remotamente libre o independiente.
El mayor desafío para la clase dominante en esta transición es, por supuesto, la revolución popular. Están llevando a cabo una delicada maniobra para demoler de forma controlada las democracias sociales privilegiadas que ya no necesitan, pero que constituyeron la base del poderío militar con el que impusieron su dominio en todo el mundo. Hacen malabarismos con cuestiones espinosas como mantener el control de sus activos mientras nos defraudan a todos. Evidentemente, pretenden reducir drásticamente la población en su conjunto, así como el nivel de vida de aquellos que se quedan trabajando para ellos. Vale la pena recordar que esto no significa necesariamente atacar a los menos privilegiados, especialmente a aquellos sobre los que tienen un control razonablemente sólido. El programa nazi se hizo con el capital líquido esencial mediante el saqueo («arianización») de las propiedades burguesas y pequeñoburguesas judías. La clase dominante persigue estos objetivos mediante diversas estrategias, siempre, siempre, en circunstancias no «elegidas por ellos mismos, sino en circunstancias directamente encontradas, dadas y transmitidas desde el pasado». Entre los mayores riesgos de esta evolución se encuentran las masas postsoviéticas (y chinas) con un recuerdo real del socialismo y con mucho menos interés en el orden actual que las masas occidentales que siguen aferrándose desesperadamente a sus «privilegios» cada vez más miserables.
Sobre este gran mar en movimiento de las masas, la clase dominante nunca puede imponer su voluntad directamente. Debe lograr sus objetivos canalizando nuestra propia energía. Tal y como observó Lenin:
«En nuestros días no se puede pasar sin elecciones; ni nada se puede hacer sin las masas, pero en la época de la imprenta y del parlamentarismo no es posible llevar tras de sí a las masas sin un sistema ampliamente ramificado, metódicamente aplicado, sólidamente organizado de adulación, de mentiras, de fraudes … »(Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo****).
En nuestra época, no se puede hacer nada sin el espectáculo. Gran parte de la riqueza saqueada del mundo socialista reconquistado se canalizó hacia la «burbuja puntocom», la inversión masiva en tecnología para la vigilancia, la propaganda, el entretenimiento, la desinformación y la manipulación. En su forma más eficaz, esto moviliza las energías más poderosas de las masas. Y lo hace con el gran riesgo de activarlas. El fraude del coronavirus no solo funcionó mediante el terror y la fuerza, sino también desviando los mejores instintos de la humanidad, como la solidaridad y nuestra intuición correcta de que el capital nos expondría a riesgos innecesarios en aras del beneficio. Las masas de Rusia y Ucrania, como la mayoría de la antigua zona socialista, en gran medida vieron a través del fraude del coronavirus y se encuentran entre las poblaciones menos vacunadas o menos obedientes del mundo. Son zonas con un enorme potencial revolucionario, que, por supuesto, debería dirigirse contra sus propios gobiernos compradores. El verdadero deseo revolucionario de luchar contra el fascismo real de las masas rusas se está dirigiendo hacia un conflicto, sobre el que nuestra última hipótesis debería ser que en realidad gira en torno a un conflicto fundamental real entre las respectivas facciones de la clase dominante que lo orquestan. Nuestra primera pregunta debería ser: ¿cuáles son los objetivos del imperialismo conjunto (o ultra, o super, o colectivo) en este conflicto? ¿Qué aspectos de su programa se están impulsando? ¿Cómo se está pasando por la trituradora a las masas más peligrosas para ellos, cómo se justifica la militarización y el continuo «estado de emergencia»? ¿Cómo se está reduciendo aún más el nivel de vida de las masas y avanzando el control directo de la economía por parte de la clase dominante?
O tal vez se podría empezar con una pregunta más sencilla. La camarada Yana describe de manera excelente la naturaleza compradora de la burguesía y el Estado rusos. Muestra la eficacia con la que se extraen el plusvalor y los recursos de Rusia en beneficio de la clase dominante imperialista. Cualquiera puede ver cómo el juego del policía bueno y el policía malo entre Putin y Occidente es una propaganda siempre vigente para el público clave de ambas partes: nada hace a Putin más atractivo para las masas rusas que la mentira, difundida sin cesar en los medios de comunicación occidentales, de que está luchando contra Occidente. Pero hay que preguntarse, tras considerar el análisis de Yana: ¿qué mejor arreglo podría imaginar el imperio en Rusia? ¿Existe algún orden concebible más eficaz para garantizar la explotación fluida y sostenida de las masas rusas que el que ya disfrutan bajo la dirección de Putin?
Lenin observó que «El capitalismo, que inició su desarrollo con un pequeño capital usurario, está alcanzando el final de ese desarrollo con un capital usurario gigantesc» (Lenin, Imperialismo, III). Podríamos observar aquí también que el capitalismo, que comenzó con la piratería y la trata de esclavos, está volviendo a lo mismo. De hecho, en una entrevista extremadamente perspicaz realizada en marzo de 2022, Isa Blumi comparó la praxis de la clase dominante actual con la piratería. Molly Klein se ha referido en el pasado al neobarbarismo. Siguiendo el espíritu de la observación burlona de Lenin de que la única mejora que Kautsky había hecho a Hobson era sustituir «interimperialismo» por «super o ultraimperialismo», podríamos observar que la semántica no es importante aquí. Lo que está claro es que la clase dominante puede y debe recurrir a una explotación más descarada, oscurecida únicamente por la elaborada maquinaria del espectáculo. Como tal, nunca ha sido más vulnerable; el comunismo quizá nunca ha sido más alcanzable.
Al explotar la profunda nostalgia y la memoria colectiva del socialismo y la lucha antinazi en Rusia, la clase dominante está jugando con fuego. Quizá, en su arrogancia y en su maldad, no pueden comprender el poder humano que están tratando de usurpar con esta estratagema. Nuestras esperanzas más inmediatas deben residir en las masas rusas y ucranianas, a las que la clase dominante está armando con extrema cautela y, de hecho, con extremo peligro. Una de las funciones obvias de la guerra es justificar y encubrir un importante aumento del armamento en Europa, porque finalmente existe una perspectiva real de revolución en Europa. La heroica lucha del pueblo de Donbás nos muestra el camino a seguir. En 2014, en respuesta al golpe nazi, las masas de Donbás se unieron en torno a un llamamiento, no para unirse a Rusia, sino para restablecer la República Soviética de Donetsk-Krivoy Rog. Este fue un paso consciente hacia la construcción del soviet universal, que es nuestra única esperanza y que el dominio casi universal del mundo por parte de la clase dominante y su ataque desenfrenado contra prácticamente toda la población mundial hacen concebible y posible. Solo debemos apartarnos del espectáculo, rechazar el menú desplegable del día que nos presenta el espectáculo de luz y sonido de la clase dominante, y determinar nuestro propio camino.
Durante mucho tiempo, el movimiento comunista en Europa se permitió ser dependiente —en materia de información y en muchos otros aspectos— de las estructuras dominantes de la sociedad capitalista-imperialista. Lo cual era comprensible, ya que el compromiso socialdemócrata consagrado en la aristocracia obrera confería un contenido democrático real, aunque mitigado, a las entidades dominantes. Estas eran responsables, de manera real y significativa, ante una población (aunque solo parcialmente) emancipada. Desde hace tiempo, esto ha dejado de ser así. Los medios de comunicación dominantes, en el sentido más amplio, están ahora completamente vaciados, controlados y son hostiles a los intereses de las grandes masas en todas partes. En cambio, masas cada vez más numerosas se desprenden cada día de la conformidad con el sistema. La capacidad, aquí en Occidente, de organizarnos a gran escala en defensa de nuestros intereses es mayor que en décadas.
Conspiración proviene del latín con-spirare: respirar juntos. Es decir, hacer lo que la clase dominante nos ha prohibido —con confinamiento, restricciones, distanciamiento y mascarillas— durante los últimos dos años. Más propiamente, como se evidencia en las innumerables ocasiones en que los sorprendemos entre bastidores, invariablemente desenmascarados e íntimos, es lo que la clase dominante se ha reservado como derecho exclusivo. Ha llegado el momento de rechazar sus restricciones, tanto a nuestras acciones como a nuestros pensamientos, de reconocer la realidad de la praxis de la clase dominante y de conspirar para lograr nuestros propios intereses.
Se debe expresar un agradecimiento especial a Molly Klein, quien no solo es la fuente de gran parte del análisis aquí presentado, sino que también ha contribuido enormemente a la elaboración y edición de este ensayo. Este trabajo también está particularmente en deuda con los análisis de Phil Greaves, Jacob Levich y Hieropunk.
Original
Bibliografía
Amin, Samir. Maldevelopment: Anatomy of Global Failure [n. t.]. UNU / Zed Books, 1990.
Gowan, Peter. La apuesta por la globalización: La geoeconomía y la geopolítica del imperialismo euro-estadounidense (The Global Gamble). Ediciones Akal, 2000.
Lenin, V. I. El imperialismo, fase superior del capitalismo: Esquema popular (Imperialism, the Highest Stage of Capitalism). Fundación Federico Engels, 2005.
[https://www.fundacionfedericoengels.net/images/PDF/lenin_imperialismo.pdf]Marx, Karl & Engels, Friedrich. El 18 Brumario de Luis Bonaparte (The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte). https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/index.htm
Marx, K. (1867/2020). El capital (P. Scarón, Trans.). Solidaridad Obrera.https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Karl%20Marx%20-%20El%20Capital.pdf
Rowbotham, Michael. The Grip of Death: A Study of Modern Money, Debt Slavery and Destructive Economics [n. t.]. Jon Carpenter, 2012.
Sanders, Chris & Catherine Austin Fitts. «The Black Budget of the United States: The Engine of a ‘Negative Return Economy’» [n. t.]. World Affairs: The Journal of International Issues, vol. 8, n.º 2, 2004, pp. 17–34. JSTOR, https://www.jstor.org/stable/48504790. Consultado el 24 de septiembre de 2022.
Titus, John. «2021 Annual Wrap Up: Sovereignty with John Titus» [n. t.]. Solari Report, febrero de 2022.
Ilustración: «Death to World Imperialism», 1919, por Dmitrii Moor.
Notas del traductor:
*En adelante utilizaremos la siguiente traducción al español:
Lenin, V. I. (1917). El imperialismo, fase superior del capitalismo (Grupo de Traductores de la Fundación Federico Engels, Trans.). Fundación Federico Engels. https://www.fundacionfedericoengels.net/images/PDF/lenin_imperialismo.pdf
**En adelante utilizaremos la versión de 2020 de la traducción de Pedro Scarón.
Marx, K. (1867/2020). El capital (P. Scarón, Trans.). Solidaridad Obrera.https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Karl%20Marx%20-%20El%20Capital.pdf
***C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I
****Lenin, V. I. (1916/n.d.). El imperialismo y la escisión del socialismo. Marxists Internet Archive. https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/10-1916.htm
1 “ [n. t.] : “No traduccido al castellano”